Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Portogallo in occasione della XXXVII Giornata Mondiale della Gioventù (2 – 6 agosto 2023) - Incontro con il Presidente dell’Assemblea della Repubblica e con il Primo Ministro nella Nunziatura Apostolica di Lisbona e recita dei Vespri nel Mosteiro dos Jerónimos di Lisbona, 02.08.2023


Incontro con il Presidente dell’Assemblea della Repubblica e con il Primo Ministro nella Nunziatura Apostolica di Lisbona

Vespri con i Vescovi, i Sacerdoti, i Diaconi, i Consacrati e le Consacrate, i Seminaristi e gli Operatori Pastorali nel Mosteiro dos Jerónimos di Lisbona

Incontro con il Presidente dell’Assemblea della Repubblica e con il Primo Ministro nella Nunziatura Apostolica di Lisbona

Questo pomeriggio, nella Nunziatura Apostolica di Lisbona, il Santo Padre Francesco ha incontrato il Presidente dell’Assemblea della Repubblica, S.E. il Sig. Augusto Ernesto dos Santos Silva e, successivamente, il Primo Ministro della Repubblica del Portogallo, S.E. il Sig. António Costa.

Al termine degli incontri, il Papa ha lasciato la Nunziatura Apostolica e si è trasferito in auto al Mosteiro dos Jerónimos per la recita dei Vespri.

[01203-IT.01]

Vespri con i Vescovi, i Sacerdoti, i Diaconi, i Consacrati e le Consacrate, i Seminaristi e gli Operatori Pastorali nel Mosteiro dos Jerónimos di Lisbona

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua polacca

Traduzione in lingua araba

Lasciata la Nunziatura Apostolica, il Santo Padre Francesco si è recato al Mosteiro dos Jerónimos di Lisbona per la recita dei Vespri con i Vescovi, i Sacerdoti, i Diaconi, i Consacrati e le Consacrate, i Seminaristi e gli Operatori Pastorali.

Al Suo arrivo, alle ore 18.30, il Papa è stato accolto all’entrata principale dal Patriarca di Lisbona, Em.mo Card. Manuel Clemente, dal Presidente della Conferenza Episcopale Portoghese e Vescovo di Leiria-Fatima, S.E. Mons. José Ornelas Carvalho, e dal Parroco. Quindi il Santo Padre ha attraversato la navata centrale e ha raggiunto l’altare.

Dopo un breve saluto di benvenuto del Presidente della Conferenza Episcopale del Portogallo, il Papa ha presieduto la Celebrazione dei Vespri nel corso della quale ha pronunciato l’omelia.

Al termine, il Santo Padre ha lasciato il Mosteiro dos Jerónimos ed è rientrato in auto alla Nunziatura Apostolica di Lisbona, dove ha ricevuto un gruppo di 13 persone, vittime di abuso da parte di membri del clero, accompagnate da alcuni rappresentanti delle istituzioni della Chiesa portoghese incaricate della tutela dei minori. L’incontro si è svolto in un clima di intenso ascolto ed è durato più di un’ora, concludendosi poco dopo le 20.15.

Pubblichiamo di seguito l’omelia che il Papa ha pronunciato nel corso della recita dei Vespri:

Omelia del Santo Padre

Queridos hermanos obispos,

queridos sacerdotes, diáconos, consagradas, consagrados, seminaristas,

queridos agentes pastorales, hermanos y hermanas: Boa tarde!

Me siento feliz de estar entre ustedes para vivir junto a tantos jóvenes la Jornada Mundial de la Juventud, pero también para compartir vuestro camino eclesial, vuestros cansancios y esperanzas. Agradezco a Mons. José Ornelas Carvalho las palabras que me ha dirigido; deseo rezar con ustedes para que, como ha dicho, podamos ser, junto con los jóvenes, audaces en abrazar “el sueño de Dios y encontrar caminos para una participación alegre, generosa y transformadora, para la Iglesia y la humanidad”. Y esto no es chiste, es un programa.

Me rodea la belleza de este país, tierra de paso entre el pasado y el futuro, lugar de antiguas tradiciones y de grandes cambios, adornado por valles exuberantes, playas doradas que se asoman a la hermosura sin límites del océano, que bordea Portugal. Esto me evoca el entorno de la llamada de Jesús a los primeros discípulos, a orillas del mar de Galilea. Quisiera detenerme en esta llamada, que pone de manifiesto lo que acabamos de escuchar en la Lectura breve de Vísperas: el Señor nos ha salvado, nos ha llamado no por nuestras obras, sino por su gracia (cf. 2 Tm 1,9). Esto sucedió en la vida de los primeros discípulos cuando Jesús, pasando, «vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban lavando las redes» (Lc 5,2). Entonces Jesús subió a la barca de Simón y, después de haber hablado a la multitud, cambió la vida de aquellos pescadores invitándolos a remar mar adentro y a echar las redes. Vemos inmediatamente un contraste: por una parte, los pescadores bajan de la barca para lavar las redes, es decir, para limpiarlas, conservarlas bien y volver a casa; por otra parte, Jesús sube a la barca e invita a echar de nuevo las redes para la pesca. Resaltan las diferencias: los discípulos bajan, Jesús sube; ellos quieren guardar las redes, Él quiere que se echen nuevamente al mar para la pesca.

En primer lugar, están los pescadores que bajan de la barca para lavar las redes. Esta es la escena que se presenta ante los ojos de Jesús y Él se detiene precisamente allí. Hacía poco que había comenzado su predicación en la sinagoga de Nazaret, pero sus compatriotas lo habían empujado fuera de la ciudad e incluso habían intentado matarlo (cf. Lc 4,28-30). Entonces Él salió del lugar sagrado y comenzó a predicar la Palabra entre la gente, en las calles donde las mujeres y los hombres de su tiempo se afanaban cada día. A Cristo lo que le interesa es llevar la cercanía de Dios, precisamente a los lugares y las situaciones donde las personas viven, luchan, esperan, a veces teniendo entre las manos fracasos y frustraciones, justamente como esos pescadores que durante la noche no habían sacado nada. Jesús mira con ternura a Simón y a sus compañeros que, cansados y amargados, lavan sus redes, realizando un gesto repetitivo, automático, pero también lleno de fatiga y resignación: no quedaba más que volver a casa con las manos vacías.

A veces, en nuestro camino eclesial, podemos experimentar un cansancio similar. Cansancio. Alguien decía: “Temo al cansancio de los buenos”. Un cansancio cuando nos parece que entre las manos sólo tenemos redes vacías. Es un sentimiento bastante difundido en los países de antigua tradición cristiana, afectados por muchos cambios sociales y culturales, y cada vez más marcados por el secularismo, por la indiferencia hacia Dios y por un creciente distanciamiento de la práctica de la fe. Y aquí está el peligro que entra la mundanidad. Y esto a menudo se acentúa por la desilusión o la rabia que algunos alimentan en relación a la Iglesia, en algunos casos por nuestro mal testimonio y por los escándalos que han desfigurado su rostro, y que llaman a una purificación humilde, constante, partiendo del grito de dolor de las víctimas, que siempre han de ser acogidas y escuchadas. Pero, cuando uno se siente desanimado —y cada uno de ustedes piense en qué momento han sentido el desánimo—, el riesgo es bajar de la barca y quedar atrapado en las redes de la resignación y del pesimismo. En cambio, confiemos en que Jesús continúa tendiendo la mano, sosteniendo a su amada Esposa. Llevemos al Señor nuestras fatigas y nuestras lágrimas, para poder afrontar las situaciones pastorales y espirituales, dialogando entre nosotros con apertura de corazón para experimentar nuevos caminos a seguir. Cuando estamos desanimados, conscientes o no del todo conscientes, nos “jubilamos”, nos “jubilamos” del celo apostólico, lo vamos perdiendo, y nos transformamos en “funcionarios de lo sagrado”. Es muy triste cuando una persona que ha consagrado su vida a Dios se transforma en “funcionario”, en mero administrador de las cosas. Es muy triste.

En efecto, apenas los apóstoles bajan a lavar los instrumentos utilizados, Jesús sube a la barca y luego los invita a echar nuevamente las redes. En el momento del desánimo, momento de la “jubilación”, dejemos que Jesús suba a la barca de nuevo, con la ilusión del primer tiempo, esa ilusión que debe ser revivida, reconquistada, re-editada. Él viene a buscarnos en nuestras soledades, en nuestras crisis, para ayudarnos a recomenzar. La espiritualidad del recomienzo. No le tengan miedo. Así es la vida: caer y recomenzar, aburrirse y recibir de nuevo la alegría. Recibir esa mano de Jesús. También hoy pasa por las orillas de la existencia para reavivar la esperanza y decirnos también a nosotros, como a Simón y a los otros: «Navega mar adentro y echen las redes» (Lc 5,4). Y cuando se pierde la ilusión, nos salen mil justificativos para no echar las redes, pero sobre todo esa resignación amarga, que es como un gusano que corroe el alma. Hermanos y hermanas, lo que vivimos es ciertamente un tiempo difícil, lo sabemos, pero el Señor hoy pregunta a esta Iglesia: “¿Quieres bajar de la barca y hundirte en la desilusión, o dejarme subir y permitir que sea una vez más la novedad de mi Palabra la que lleve el timón? A ti, sacerdote, consagrado, consagrada, obispo: ¿te conformas sólo con el pasado que tienes detrás o te atreves a echar nuevamente con entusiasmo las redes para la pesca?”. Esto es lo que nos pide el Señor: que reavivemos la inquietud por el Evangelio.

Cuando uno se va acostumbrando y se va aburriendo y la misión se transforma en una especie de “empleo”, es el momento de dejar lugar a esa segunda llamada de Jesús, que nos llama de nuevo, siempre. Nos llama para hacernos caminar, nos llama para rehacernos. No le tengan miedo a esa segunda llamada de Jesús. No es ilusión, es Él que vuelve a golpear la puerta. Y podemos decir que esta es la inquietud “buena”, cuando nos dejamos seducir por la segunda llamada de Jesús, esa es la inquietud buena, que la inmensidad del océano les entrega a ustedes portugueses: ir más allá de la orilla, no para conquistar el mundo —ni para pescar bacalaos—, sino para animarlo con la consolación y la alegría del Evangelio. En esta óptica se pueden leer las palabras de uno de sus grandes misioneros, el Padre António Vieira, llamado “Paiaçu”, padre grande. Él decía que Dios les ha dado una pequeña tierra para nacer; pero, haciéndolos asomarse al océano, les ha dado el mundo entero para morir: «Para nacer, poca tierra; para morir, toda la tierra; para nacer, Portugal; para morir, el mundo» (A. Vieira, Homilías, Vol. III, Tomo VII, Porto 1959, p. 69). Echar de nuevo las redes y abrazar al mundo con la esperanza del Evangelio: ¡a esto estamos llamados! No es tiempo de detenerse, no es tiempo de rendirse, no es tiempo de amarrar la barca en tierra o de mirar atrás; no tenemos que evadir este tiempo porque nos da miedo y refugiarnos en formas y estilos del pasado. No, este es el tiempo de gracia que el Señor nos da para aventurarnos en el mar de la evangelización y de la misión.

Pero, para poder hacerlo, también necesitamos tomar decisiones. Quisiera indicarles tres decisiones, inspiradas en el Evangelio.

En primer lugar, navegar mar adentro. Esa magnanimidad. ¡No sean pusilánimes! Navegar mar adentro, para echar nuevamente las redes al mar, es necesario dejar la orilla de las desilusiones y del inmovilismo, tomar distancia de esa tristeza dulzona y de ese cinismo irónico que tantas veces nos asaltan frente a las dificultades. Tristeza dulzona, cinismo irónico. Examinemos la conciencia sobre esto. Recuperar la ilusión, pero en una segunda edición de la ilusión, la ilusión ya madura, la ilusión que viene de fracaso o aburrimiento. No es fácil recuperar la ilusión adulta. Es necesario hacerlo para pasar del derrotismo a la fe, como Simón que, aun habiendo trabajado en vano toda la noche, afirmó: «Si tú lo dices, echaré las redes» (Lc 5,5). Pero, para confiar cada día en el Señor y en su Palabra, no son suficientes las palabras, se necesita mucha oración. Yo quisiera aquí hacer una pregunta, pero cada uno se la responde adentro: ¿cómo rezo yo? ¿Como un loro, bla, bla, bla, o durmiendo la siesta adelante del Sagrario porque no sé cómo hablar con el Señor? ¿Rezo? ¿Cómo rezo? Sólo en adoración, sólo ante el Señor se recuperan el gusto y la pasión por la evangelización. Y curiosamente, la oración de adoración la hemos perdido; y todos, sacerdotes, obispos, consagradas, consagrados, tienen que recuperarla, ese estar en silencio delante del Señor. La Madre Teresa, metida en tantas cosas de la vida, nunca dejó la adoración, aun en los momentos en que su fe tambaleaba y se preguntaba si era todo verdad o no. Momento de la oscuridad, que también lo pasó Teresita del Niño Jesús. Entonces, en la oración se supera la tentación de llevar adelante una “pastoral de la nostalgia y de los lamentos”. En un convento había una monja —esto es histórico— que se lamentaba de todo, y no sé qué nombre tenía, pero las monjas le cambiaron el nombre y la llamaban “Sor Lamentela”. ¡Cuántas veces nuestras impotencias, nuestras desilusiones las transformamos en lamentelas! Y dejando esas lamentelas, se toma otra vez la fuerza para navegar mar adentro, sin ideologías, sin mundanidad. La mundanidad espiritual que se nos mete y de la cual se engendra el clericalismo. Clericalismo no solo de los curas: los laicos clericalizados son peores que los curas. Ese clericalismo que nos arruina. Y como decía un gran maestro espiritual, esa mundanidad espiritual —que provoca el clericalismo— es uno de los males más graves que puede suceder a la Iglesia. Superar esas dificultades sin ideologías, sin mundanidad, animados por un único deseo: que el Evangelio llegue a todos. Ustedes tienen muchos ejemplos en este camino y, visto que estamos rodeados de jóvenes, quisiera recordar a un joven de Lisboa, san Juan de Brito, era un muchacho de aquí, que hace siglos, en medio de muchas dificultades, se fue para la India y empezó a hablar y a vestirse del mismo modo de los que encontraba con tal de anunciar a Jesús. También nosotros estamos llamados a sumergir nuestras redes en el tiempo en que vivimos, a dialogar con todos, a hacer comprensible el Evangelio, aun cuando para hacerlo podamos correr el riesgo de alguna tormenta. Como los jóvenes que vienen aquí de todo el mundo para desafiar las olas gigantes, también nosotros vayamos mar adentro sin miedo; no tengamos miedo de afrontar el mar abierto, porque en medio de la tormenta y de los vientos contrarios, Jesús viene y viene a nuestro encuentro y nos dice: «Tranquilícense, soy yo; no teman» (Mt 14,27). ¿Cuántas veces hemos tenido esa experiencia? Cada uno se contesta adentro. Y si no la hemos tenido, es porque algo falló durante la tormenta.

Una segunda decisión: llevar adelante juntos la pastoral, todos juntos. En el texto Jesús confía a Pedro la tarea de navegar mar adentro, pero después habla en plural, diciendo «echen las redes» (Lc 5,4). Pedro guía la barca, pero en la barca están todos y todos están llamados a echar las redes. Todos. Y cuando recogen una gran cantidad de peces, no creen que pudieran hacerlo solos, no administran el don como posesión y propiedad privada, sino que —dice el Evangelio— «hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos» (Lc 5,7). Y así llenaron dos barcas de peces. Uno significa soledad, cerrazón, pretensión de autosuficiencia, dos significa relación. La Iglesia es sinodal, es comunión, ayuda recíproca, camino común. A esto tiende el Sínodo en curso, que tendrá su primer momento asambleario en el próximo mes de octubre. En la barca de la Iglesia tiene que haber lugar para todos: todos los bautizados están llamados a subir en ella y a echar las redes, comprometiéndose personalmente en el anuncio del Evangelio. Y no olviden esta palabra: todos, todos, todos. A mí me toca mucho el corazón cuando tengo que decir como abrir perspectivas apostólicas, aquel pasaje del Evangelio en el que no van a la fiesta de bodas del hijo y está todo preparado. ¿Y qué dice el señor, el señor de la fiesta qué dice? “Vayan a los confines y traigan a todos, todos, todos, todos: sanos, enfermos, chicos y grandes, buenos y pecadores. Todos”. Que la Iglesia no sea una aduana para seleccionar a quienes entran y no. Todos, cada uno con su vida a cuestas, con sus pecados, pero como está, delante de Dios, como está, delante de la vida… Todos. Todos. No pongamos aduanas en la Iglesia. Todos. Y es un gran desafío, especialmente en los contextos en que los sacerdotes y los consagrados están cansados porque, mientras las exigencias pastorales aumentan, ellos son cada vez menos. Sin embargo, en esta situación podemos ver una ocasión para involucrar, con impulso fraterno y sana creatividad pastoral, a los laicos. Las redes de los primeros discípulos, entonces, se convierten en una imagen de la Iglesia, que es una “red de relaciones” humanas, espirituales y pastorales. Si no hay diálogo, si no hay corresponsabilidad, si no hay participación, la Iglesia envejece. Quisiera decirlo así: jamás un obispo sin su presbiterio y el Pueblo de Dios; jamás un sacerdote sin sus compañeros; y todos unidos como Iglesia —sacerdotes, religiosas, religiosos y fieles laicos—, nunca sin los otros, nunca sin el mundo. Sin mundanidad, eso sí, pero no sin el mundo. En la Iglesia nos ayudamos, nos sostenemos mutuamente y estamos llamados a difundir también fuera un clima constructivo de fraternidad. Por otra parte, san Pedro escribe que somos las piedras vivas empleadas para la construcción de un edificio espiritual (cf. 1 P 2,5). Quisiera agregar: ustedes, fieles portugueses, son también una “calçada”, son las piedras valiosas de ese suelo acogedor y resplandeciente sobre el cual el Evangelio necesita caminar; ni una piedra puede faltar, de lo contrario se nota inmediatamente. ¡Esta es la Iglesia que, con la ayuda de Dios, estamos llamados a construir!

Por último, la tercera decisión: ser pescadores de hombres. No tengan miedo. Eso no es hacer proselitismo, es anunciar el Evangelio que provoca. En esta imagen tan linda de Jesús, ser pescadores de hombres, Jesús confía a los discípulos la misión de navegar en el mar del mundo. Con frecuencia el mar, en la Escritura, está asociado al lugar del mal y de las fuerzas desfavorables que los hombres no logran dominar. Por eso, pescar personas y sacarlas del agua significa ayudarlas a salir del abismo donde se habían hundido, salvarlas del mal que amenaza con ahogarlas, resucitarlas de toda forma de muerte. Pero esto sin proselitismo, sino con amor. Y una de las señales de algunos movimientos eclesiales que están andando mal es el proselitismo. Cuando un movimiento eclesial o una diócesis, o un obispo, o un cura, o una monja o un laico hace proselitismo, eso no es cristiano. Cristiano es invitar, acoger, ayudar, pero sin proselitismo. El Evangelio, en efecto, es un anuncio de vida en el mar de la muerte, de libertad en los torbellinos de la esclavitud, de luz en el abismo de las tinieblas. Como afirma san Ambrosio, «los instrumentos de la pesca apostólica son como las redes; en efecto, las redes no causan la muerte del que queda atrapado, sino que lo guardan con vida, lo sacan de los abismos a la luz» (Exp. Luc. IV, 68-79). Hay muchos abismos en la sociedad de hoy, también aquí en Portugal, en todas partes. Tenemos la sensación de que falta el entusiasmo, la valentía de soñar, la fuerza de afrontar los desafíos, la confianza en el futuro; y, mientras tanto, navegamos en la incertidumbre, en la precariedad, sobre todo económica, en la pobreza de amistad social, en la falta de esperanza. A nosotros, como Iglesia, se nos ha confiado la tarea de sumergirnos en las aguas de este mar echando la red del Evangelio, sin señalar con el dedo, sin acusar, sino llevando a las personas de nuestro tiempo una propuesta de vida, la de Jesús: llevar la acogida del Evangelio, invitarlos a la fiesta, a una sociedad multicultural; llevar la cercanía del Padre a las situaciones de precariedad, de pobreza que aumentan, sobre todo entre los jóvenes; llevar el amor de Cristo allí donde la familia es frágil y las relaciones están heridas; transmitir la alegría del Espíritu allí donde reinan la desmoralización y el fatalismo. Uno de vuestros poetas escribió: «Para llegar al infinito, y creo que se puede llegar allí, es preciso que tengamos un puerto, uno sólo, firme, y partir de él hacia lo Indefinido» (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). ¡Soñamos la Iglesia portuguesa como un “puerto seguro” para quienes afrontan las travesías, los naufragios y las tormentas de la vida!

Queridos hermanos y hermanas: a todos, laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes, obispos, a todos, a todos: no tengan miedo, echen las redes. No vivan acusando “esto es pecado” esto aquí que no es pecado. Vengan todos, después hablamos, pero que sientan primero la invitación de Jesús y después viene el arrepentimiento, después viene esa cercanía de Jesús. Por favor, no conviertan a la Iglesia en una aduana: acá se entra, los justos, los que están bien, los que están bien casados y ahí afuera todos los demás. No. La Iglesia no es eso. Justos y pecadores, buenos y malos, todos, todos, todos. Y después, que el Señor nos ayude a arreglar ese asunto. Pero todos. Les agradezco de corazón, hermanos y hermanas, esta escucha —que por ahí fue aburrida—; les agradezco todo lo que hacen, el ejemplo, sobre todo el ejemplo escondido, y la constancia, ese levantarse todos los días para empezar de nuevo o para continuar lo empezado. Como dicen ustedes: Muito obrigado! Por lo que hacen… Y los encomiendo a la Virgen de Fátima, a la custodia del ángel de Portugal y a la protección de sus grandes santos; especialmente, aquí en Lisboa, de san Antonio, apóstol incansable —que se lo roban los de Padua—, predicador inspirado, discípulo del Evangelio atento a los males de la sociedad y lleno de compasión por los pobres; que San Antonio interceda por ustedes y les alcance la alegría de una nueva pesca milagrosa. Después me cuentan. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.

[01185-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua portoghese

Prezados Irmãos Bispos,

Amados sacerdotes, diáconos, consagradas, consagrados, seminaristas,

Queridos agentes pastorais, irmãos e irmãs, boa tarde!

Estou feliz por me encontrar no meio de vós não só para viver, juntamente com muitos jovens, a Jornada Mundial da Juventude, mas também para partilhar o vosso caminho eclesial com as suas canseiras e esperanças. Agradeço a D. José Ornelas as palavras que me dirigiu; desejo rezar convosco, para – como disse – nos tornarmos, junto com os jovens, ousados em abraçar «o sonho de Deus e encontrar caminhos para uma participação alegre, generosa e transformadora a bem da Igreja e da humanidade». Não se trata duma piada; é um programa.

Mergulhei na beleza do vosso país, terra de passagem entre o passado e o futuro, local de antigas tradições e de grandes mudanças, embelezado por vales viçosos, praias douradas debruçadas sobre o imenso e fascinante oceano, que banha Portugal. Tudo isto me sugere o ambiente da vocação dos primeiros discípulos, que Jesus chamou nas margens do Mar da Galileia. Quero deter-me sobre esta chamada, que põe em evidência o que acabámos de ouvir na Lectio brevis das Vésperas: o Senhor salvou-nos, chamou-nos não em atenção às nossas obras, mas segundo a sua graça (cf. 2 Tm 1, 9). O mesmo aconteceu na vida dos primeiros discípulos, quando Jesus, ao passar, «viu dois barcos que se encontravam junto do lago. Os pescadores tinham descido deles e lavavam as redes» (Lc 5, 2). Então Jesus subiu para o barco de Simão e, depois de ter falado às multidões, mudou a vida daqueles pescadores, convidando-os a fazerem-se ao largo e lançarem as redes. Salta aos olhos o contraste: por um lado, os pescadores descem do barco para lavar as redes, ou seja, limpá-las, guardá-las e voltar para casa e, por outro, Jesus sobe para o barco e convida a lançar novamente as redes para a pesca. Sobressaem as diferenças: os discípulos descem, Jesus sobe; os primeiros querem guardar as redes, o Mestre quer que saiam de novo para o mar a fim de pescar.

Em primeiro lugar, temos os pescadores que descem do barco para lavar as redes. Esta é a cena que se apresenta aos olhos de Jesus, e Ele pára ali mesmo. Pouco antes quisera começar a sua pregação na sinagoga de Nazaré, mas os seus conterrâneos expulsaram-No da cidade e tentaram até matá-Lo (cf. Lc 4, 28-30). Então Jesus sai do lugar sagrado e começa a pregar a Palavra no meio da gente, pelas estradas onde labutam dia a dia as mulheres e os homens do seu tempo. Cristo está interessado em fazer sentir a proximidade de Deus, precisamente nos lugares e situações onde as pessoas vivem, lutam, esperam, às vezes colecionando nas suas mãos fracassos e insucessos, precisamente como aqueles pescadores que não tinham pescado nada durante a noite. Jesus olha com ternura para Simão e seus companheiros que, cansados e angustiados, lavam as suas redes, realizando um gesto repetitivo, automático, mas também cansado e resignado: não havia mais nada a fazer senão voltar para casa de mãos vazias.

Às vezes podemos sentir um cansaço semelhante no nosso caminho eclesial. Cansaço. Alguém dizia: «temo o cansaço dos bons». Cansaço sentido quando nos parece que nada mais temos nas mãos além das redes vazias. Trata-se dum sentimento bastante difundido nos países de antiga tradição cristã, atravessados por muitas mudanças sociais e culturais e cada vez mais marcados pelo secularismo, pela indiferença para com Deus, por um progressivo afastamento da prática da fé. O perigo aqui é que entre o mundanismo. Aliás isto vê-se, com frequência, acentuado pela desilusão ou a aversão que alguns nutrem face à Igreja, devido às vezes ao nosso mau testemunho e aos escândalos que desfiguraram o seu rosto e que nos chamam a uma purificação humilde, constante, partindo do grito de sofrimento das vítimas que sempre se devem acolher e escutar. O risco, porém, quando nos sentimos desanimados (cada um de vós pense em que momento sentiu o desânimo), o risco é descer do barco, acabando presos nas redes da resignação e do pessimismo. Ao contrário, confiemos que Jesus continua a tomar pela mão e a levantar a sua Esposa amada. Levemos ao Senhor as nossas canseiras e as nossas lágrimas, para poder enfrentar as situações pastorais e espirituais, dialogando entre nós com abertura de coração para experimentar novos caminhos a seguir. Quando estamos desanimados, mais ou menos conscientemente «aposentamo-nos», «aposentamo-nos» do zelo apostólico, perdemo-lo pouco a pouco e tornamo-nos «funcionários do sagrado». É muito triste quando uma pessoa que consagrou a sua vida a Deus se torna «funcionário», mero administrador das coisas. É muito triste.

De facto, logo que os apóstolos descem para lavar as ferramentas usadas, Jesus sobe para o barco e depois convida a lançar de novo as redes. No momento do desânimo, momento da «aposentação», deixemos Jesus subir novamente para o barco, com o entusiasmo da primeira vez, aquele entusiasmo que deve ser revivido, reconquistado, reeditado. Ele vem procurar-nos nas nossas solidões, nas nossas crises, para nos ajudar a recomeçar. A espiritualidade do recomeço. Não tenhais medo. A vida é assim: cair e recomeçar, aborrecer-se e recobrar a alegria. Aceitar esta mão que nos dá Jesus. Hoje continua a passar pelas margens da existência para despertar a esperança e dizer, também a nós, como a Simão e aos outros: «Faz-te ao largo; e vós lançai as redes para a pesca» (Lc 5, 4). E quando se perde o entusiasmo, assaltam-nos mil justificações para não lançarmos as redes, mas sobretudo apodera-se de nós uma resignação amarga, que é como um verme que corrói a alma. Irmãos e irmãs, vivemos certamente um tempo difícil – bem o sabemos! –, mas a interpelação que o Senhor dirige hoje à Igreja é esta: «Queres descer do barco e afundar na desilusão, ou fazer-Me subir permitindo que seja mais uma vez a novidade da minha Palavra a tomar na mão o leme? Digo a ti sacerdote, consagrado, consagrada, bispo: Queres apenas conservar o passado que ficou para trás ou lançar de novo e com entusiasmo as redes para a pesca?». Eis o que nos pede o Senhor: despertar a ânsia pelo Evangelho.

Quando alguém se acostuma, se sente aborrecido e a missão torna-se uma espécie de «emprego», é hora de dar lugar a esta segunda chamada de Jesus, que sempre nos chama de novo. Chama-nos para nos fazer caminhar, chama-nos para nos refazer. Não tenhais medo desta segunda chamada de Jesus. Não se trata duma ilusão, mas é Ele mesmo que volta a bater à porta. E podemos dizer que esta é a ânsia «boa» quando nos deixamos seduzir pela segunda chamada de Jesus. É a ânsia «boa» que vos comunica, a vós portugueses, a imensidão do oceano: fazer-se ao largo, não para conquistar o mundo, nem para ir à pesca do bacalhau, mas para alegrar o mundo com a consolação e a alegria do Evangelho. Sob este ponto de vista, podemos ler as palavras dum vosso grande missionário, o Padre António Vieira, chamado «Paiaçu – pai grande». Segundo ele, para nascer, Deus ter-vos-ia dado uma pequena terra, mas, ao fazer-vos debruçar sobre o oceano, deu-vos o mundo inteiro para morrer: «Para nascer, pequena terra; para morrer, toda a terra: para nascer, Portugal; para morrer, o mundo» (A. Vieira, “Sermão de Santo António”, Roma 1670, § IV, in: Homilias, vol. III, tomo VII, Porto 1959, p. 69). Somos chamados a lançar de novo as redes e a abraçar o mundo com a esperança do Evangelho. Não é momento de parar, não é momento de desistir, não é momento de atracar o barco à margem nem de olhar para trás; não temos que escapar deste tempo, só porque nos mete medo, para nos refugiarmos em formas e estilos do passado. Não! Este é o tempo da graça que o Senhor nos concede para nos aventurarmos no mar da evangelização e da missão.

Mas, para o conseguir, precisamos também de fazer opções. Quero indicar três opões, inspiradas no Evangelho.

A primeira opção: fazer-se ao largo. Cultivai a magnanimidade. Não sejais pusilânimes! Fazei-vos ao largo, para lançar novamente as redes ao mar, é preciso sair da margem das desilusões e do imobilismo, afastar-se daquela tristeza melosa e daquele cinismo irónico que muitas vezes nos assaltam à vista das dificuldades. Tristeza melosa, cinismo irónico: examinemos a consciência sobre isto. Recuperar o entusiasmo, mas numa segunda edição desse entusiasmo, o entusiasmo já maduro, o entusiasmo que se segue ao fracasso ou ao tédio. Não é fácil recuperar o entusiasmo adulto. Temos de o fazer para passar do derrotismo à fé, como Simão que, apesar de ter trabalhado em vão toda a noite, conclui: «Porque Tu o dizes, lançarei as redes» (Lc 5, 5). Mas, para nos fiarmos dia a dia no Senhor e na sua Palavra, não bastam palavras, é necessária muita oração. Gostaria de fazer aqui uma pergunta, mas cada qual responde no seu íntimo: Como rezo eu? Como um papagaio, blá, blá, blá, ou adormentando-me diante do Sacrário, porque não sei como falar com o Senhor? Rezo? Como rezo? Apenas na adoração, só diante do Senhor, é que recuperamos o gosto e a paixão pela evangelização. E, curiosamente, perdemos a oração de adoração; e todos, sacerdotes, bispos, consagradas, consagrados têm que a recuperar: recuperar aquele permanecer em silêncio diante do Senhor. A Madre Teresa, envolvida em tantas coisas da vida, nunca deixou a adoração, mesmo nos momentos em que a sua fé vacilava questionando-se se tudo aquilo era verdade ou não. Momento de escuridão, que também teve Teresinha do Menino Jesus. Então, na oração, vencemos a tentação de continuar com uma «pastoral nostálgica feita de lamentações». Num convento havia uma freira (isto aconteceu!) que se lamentava de tudo, e não sei qual era o nome dela, mas as irmãs mudaram-lhe o nome chamando-a a «Irmã Lamúrias». Quantas vezes transformamos em lamúrias as nossas impotências, as nossas desilusões! E, deixando estas lamúrias, ganhemos de novo forças para nos fazermos ao largo, sem ideologias nem mundanismos. Aquele mundanismo espiritual que se insinua em nós e do qual nasce o clericalismo. Clericalismo não só dos padres: os leigos clericalizados são piores do que os padres. Esse clericalismo que nos arruína. E, como dizia um grande mestre espiritual, esse mundanismo espiritual — provocado pelo clericalismo — é um dos males mais graves que podem acontecer à Igreja. Procuremos superar estas dificuldades sem ideologias nem mundanismos, animados por um único desejo: que chegue a todos o Evangelho. Neste caminho, não vos faltam exemplos! E, dado que nos encontramos no meio dos jovens, apraz-me recordar um jovem lisboeta, São João de Brito: era um jovem daqui que há séculos, no meio de muitas dificuldades, foi para a Índia e lá não desdenhava falar e vestir-se à maneira das pessoas locais contanto que lhes pudesse anunciar Jesus. Também nós somos chamados a mergulhar as nossas redes no tempo em que vivemos, a dialogar com todos, a tornar compreensível o Evangelho, mesmo que para isso tenhamos de correr o risco dalguma tempestade. Como os jovens que aqui vêm de todo o mundo para desafiar as ondas gigantes, façamo-nos ao largo também nós sem medo. Sim! Não temamos enfrentar o mar alto, porque no meio da tempestade e dos ventos contrários, Jesus vem ao nosso encontro e diz: «Coragem, sou Eu, não temais!» (Mt 14, 27). Quantas vezes já tivemos esta experiência? Cada qual se interpele dentro de si mesmo. E se não a tivemos é porque algo falhou durante a tempestade.

Como segunda opção, levar juntos por diante a pastoral, todos juntos. No texto, Jesus confia a Pedro a tarefa de fazer-se ao largo, mas depois fala no plural, dizendo «e vós lançai as redes» (Lc 5, 4): Pedro guia o barco, mas todos estão no barco e todos são chamados a fazer descer as redes. Todos. E, quando apanham uma grande quantidade de peixes, não pensam que conseguiriam arranjar-se sozinhos, nem gerem a dádiva como posse e propriedade privada, mas «fizeram sinal – diz o Evangelho – aos companheiros que estavam no outro barco, para que os viessem ajudar» (Lc 5, 7). E assim encheram de peixe, não um, mas dois barcos: um significa solidão, fechamento, pretensão de autossuficiência; dois significa relação. A Igreja é sinodal, é comunhão, ajuda mútua, caminho comum. E a isto tende o Sínodo em curso, que terá o seu primeiro período de assembleia geral no próximo mês de outubro. Na barca da Igreja, deve haver lugar para todos: todos os batizados são chamados a subir para ela e lançar as redes, empenhando-se pessoalmente no anúncio do Evangelho. E não vos esqueçais desta palavra: todos, todos, todos. Quando tenho de falar sobre o modo como abrir perspetivas apostólicas, toca-me muito aquela passagem do Evangelho em que os convidados se recusam a ir à festa de núpcias do filho quando já está tudo preparado. Que diz então o senhor, o senhor que preparou a festa? «Saiam pelas periferias e tragam todos, todos, todos, todos: sãos, doentes, crianças e adultos, bons e pecadores. Todos». Que a Igreja não seja uma alfândega para selecionar quem entra e quem não entra. Todos, cada um com a sua vida às costas, com os seus pecados, assim como é diante de Deus, como é diante da vida... Todos. Todos. Não levantemos alfândegas na Igreja. Todos. E é um grande desafio, especialmente em contextos onde os sacerdotes e os consagrados estão cansados porque, enquanto as necessidades pastorais vão aumentando sempre mais, eles são cada vez menos. Mas podemos olhar para esta situação como uma ocasião para, com fraterno entusiasmo e sã criatividade pastoral, envolver os leigos. Assim as redes dos primeiros discípulos tornam-se uma imagem da Igreja, que é uma «rede de relações» humanas, espirituais e pastorais. Se não houver diálogo, se não houver corresponsabilidade, se não houver participação, a Igreja envelhece. Permiti que o exprima assim: nunca um Bispo sem o próprio presbitério e o Povo de Deus; nunca um padre sem os seus irmãos sacerdotes; e todos juntos – sacerdotes, religiosas, religiosos e fiéis leigos – como Igreja, nunca sem os outros, nunca sem o mundo (sem mundanismo – isso sim! –, mas não sem o mundo). Na Igreja, ajudamo-nos, apoiamo-nos reciprocamente e somos chamados a difundir, também fora dela, um clima de fraternidade construtiva. Aliás, como escreve São Pedro, nós somos as pedras vivas usadas para a construção dum edifício espiritual (cf. 1 Ped 2, 5). E poderia acrescentar numa linguagem que vos é familiar: vós, fiéis portugueses, formais uma «calçada», sois os ladrilhos preciosos que compõem um tal pavimento acolhedor e brilhante que o Evangelho há de pisar; e não pode faltar uma pedrinha sequer, senão imediatamente se dá conta. Tal é a Igreja que, com a ajuda de Deus, somos chamados a construir!

Enfim a terceira opção: tornar-se pescadores de homens. Não tenhais medo. Isto não é fazer proselitismo, é anunciar o Evangelho que nos desafia. Nesta imagem tão bela de Jesus – ser pescadores de homens –, Jesus confia aos discípulos a missão de se fazerem ao largo no mar do mundo. Muitas vezes, na Sagrada Escritura, o mar simboliza o lugar do mal e das forças adversas que os homens não conseguem dominar. Por isso pescar as pessoas e tirá-las para fora da água significa ajudá-las a voltar a subir de onde afundaram, salvá-las do mal que ameaça afogá-las, ressuscitá-las de todas as formas de morte. Isto, porém, sem proselitismo, mas com amor. E um dos sinais de alguns movimentos eclesiais que vão por caminho errado é o proselitismo. Quando um movimento eclesial ou uma diocese, ou um bispo, ou um pároco, ou uma freira, ou um leigo faz proselitismo, isso não é cristão; cristão é convidar, acolher, ajudar, mas sem proselitismo. Com efeito, o Evangelho é um anúncio de vida no mar da morte, de liberdade nas voragens da escravidão, de luz no abismo das trevas. Como afirma Santo Ambrósio, «os instrumentos da pesca apostólica são como as redes: de facto, as redes não fazem morrer quem fica preso nelas, mas conserva-o em vida, arrasta-o dos abismos para a luz» (Exp. Luc. IV, 68-79). Não faltam trevas na sociedade atual, inclusive aqui em Portugal... por toda a parte! Fica-se com a sensação de que tenha diminuído o entusiasmo, a coragem de sonhar, a força para enfrentar os desafios, a confiança no futuro; entretanto, vamos navegando nas incertezas, na precariedade sobretudo económica, na pobreza de amizade social, na falta de esperança. A nós, como Igreja, cabe a tarefa de nos fazermos ao largo nas águas deste mar, lançando a rede do Evangelho, sem apontar, sem acusar ninguém, mas levando às pessoas do nosso tempo uma proposta de vida, a de Jesus: levar o acolhimento do Evangelho, convidar para a festa uma sociedade multicultural; levar a proximidade do Pai às situações de precariedade, de pobreza, que crescem sobretudo entre os jovens; levar o amor de Cristo onde é frágil a família e se encontram feridas as relações; transmitir a alegria do Espírito onde reinam o desânimo e o fatalismo. Assim se exprime um escritor vosso: «Para se chegar ao infinito, e julgo que se pode lá chegar, é preciso termos um porto, um só, firme, e partir dali para Indefinido» (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). Queremos sonhar a Igreja Portuguesa como um «porto seguro» para quem enfrenta as travessias, os naufrágios e as tempestades da vida.

Queridos irmãos e irmãs, digo a todos, leigos, religiosos, religiosas, sacerdotes, bispos, a todos, a todos: não tenhais medo, lançai as redes. Não vivais acusando «isto é pecado, isso aí não é pecado». Vinde todos… depois falamos. Mas, primeiro, sintam o convite de Jesus, depois virá o arrependimento e enfim a proximidade de Jesus. Por favor, não transformem a Igreja numa alfândega: aqui entram os justos, os que estão em ordem, os que estão bem casados… todos os outros lá fora. Não. A Igreja não é isto. Justos e pecadores, bons e maus, todos, todos, todos. Será depois o Senhor a ajudar-nos a resolver este assunto. Mas todos. De coração vos agradeço, irmãos e irmãs, a atenção prestada, apesar de aqui ou ali vos ter aborrecido; agradeço-vos tudo o que fazeis, o exemplo, sobretudo o exemplo sem alarde, e a constância: esse levantar-se todos os dias para começar de novo ou para continuar o que se começou. Como costumais dizer: Muito obrigado… pelo que fazeis! E confio-vos a Nossa Senhora de Fátima, à guarda do Anjo de Portugal e à proteção dos vossos grandes Santos e, aqui em Lisboa, de modo especial a Santo António (vo-lo roubam os de Pádua), apóstolo incansável, pregador inspirado, discípulo do Evangelho atento aos males da sociedade e cheio de compaixão pelos pobres. Que Santo António interceda por vós e vos dê a alegria duma nova pesca milagrosa. Depois contais-me, sim? E, por favor, não vos esqueçais de rezar por mim. Obrigado!

[01185-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua italiana

Cari fratelli Vescovi,

cari sacerdoti e diaconi, consacrate, consacrati e seminaristi,

cari operatori pastorali, fratelli e sorelle, buonasera!

Sono felice di essere tra voi per vivere insieme a tanti giovani la Giornata Mondiale della Gioventù, ma anche per condividere il vostro cammino ecclesiale, le vostre fatiche e le vostre speranze. Ringrazio Monsignor José Ornelas Carvalho per le parole che mi ha rivolto; desidero pregare con voi perché, come ha detto, possiamo diventare, insieme ai giovani, audaci nell’abbracciare “il sogno di Dio e nel trovare vie per una partecipazione gioiosa, generosa e trasformatrice, per la Chiesa e per l’umanità”. E questo non è uno scherzo, è un programma.

Mi sono immerso nella bellezza del vostro Paese, terra di passaggio tra il passato e il futuro, luogo di antiche tradizioni e di grandi cambiamenti, impreziosito da valli rigogliose e da spiagge dorate affacciate sulla sconfinata bellezza dell’oceano, che costeggia il Portogallo. Ciò mi riporta al contesto della prima chiamata dei discepoli, che Gesù chiamò sulle rive del Mare di Galilea. Vorrei soffermarmi su questa chiamata, che evidenzia quanto abbiamo appena ascoltato nella Lettura breve dei Vespri: il Signore ci ha salvati e ci ha chiamati non in base alle nostre opere, ma secondo la sua grazia (cfr 2Tm 1,9). Questo è accaduto nella vita dei primi discepoli quando Gesù, passando, «vide due barche accostate alla sponda. I pescatori erano scesi e lavavano le reti» (Lc 5,2). Gesù allora salì sulla barca di Simone e, dopo aver parlato alle folle, cambiò la vita di quei pescatori invitandoli a prendere il largo e a gettare le reti. Notiamo subito un contrasto: da una parte, i pescatori scendono dalla barca per lavare le reti, cioè per pulirle, conservarle bene e tornare a casa; dall’altra parte, Gesù sale sulla barca e invita a gettare di nuovo le reti per la pesca. Risaltano le differenze: i discepoli scendono, Gesù sale; loro vogliono conservare le reti, Lui vuole che si gettino nuovamente in mare per la pesca.

Anzitutto, ci sono i pescatori che scendono dalla barca per lavare le reti. Questa è la scena che si presenta agli occhi di Gesù e Lui si ferma proprio lì. Aveva da poco iniziato la sua predicazione nella sinagoga di Nazaret, ma i suoi compaesani lo avevano cacciato fuori dalla città e avevano persino cercato di ucciderlo (cfr Lc 4,28-30). Allora Egli esce dal luogo sacro e inizia a predicare la Parola tra la gente, sulle strade dove le donne e gli uomini del suo tempo faticano ogni giorno. A Cristo interessa portare la vicinanza di Dio proprio nei luoghi e nelle situazioni in cui le persone vivono, lottano, sperano, talvolta stringendo tra le mani fallimenti e insuccessi, proprio come quei pescatori che nella notte non avevano preso nulla. Gesù guarda con tenerezza Simone e i suoi compagni che, stanchi e amareggiati, lavano le loro reti, compiendo un gesto ripetitivo, automatico, ma anche affaticato e rassegnato: non restava che tornare a casa a mani vuote.

A volte, nel nostro cammino ecclesiale, si può provare una stanchezza simile. Stanchezza. Qualcuno diceva: “Temo la stanchezza dei buoni”. Una stanchezza quando ci sembra di stringere tra le mani solo delle reti vuote. È un sentimento piuttosto diffuso nei Paesi di antica tradizione cristiana, attraversati da molti cambiamenti sociali e culturali e sempre più segnati dal secolarismo, dall’indifferenza nei confronti di Dio, da un crescente distacco dalla pratica della fede – e qui c’è il pericolo che entri la mondanità –. E ciò è spesso accentuato dalla delusione o dalla rabbia che alcuni nutrono nei confronti della Chiesa, talvolta per la nostra cattiva testimonianza e per gli scandali che ne hanno deturpato il volto, e che chiamano a una purificazione umile e costante, a partire dal grido di dolore delle vittime, sempre da accogliere e da ascoltare. Ma, quando ci si sente scoraggiati – e ciascuno di voi pensi in quale momento ha provato scoraggiamento –, il rischio è quello di scendere dalla barca, restando impigliati nelle reti della rassegnazione e del pessimismo. Invece, abbiamo fiducia che Gesù continua a tendere la mano, a sostenere la sua amata Sposa. Portiamo al Signore le nostre fatiche e le nostre lacrime, per poi affrontare le situazioni pastorali e spirituali confrontandoci con apertura di cuore e sperimentando insieme qualche nuova via da seguire. Quando ci scoraggiamo, più o meno consapevolmente, ci mettiamo “in pensione”, in pensione dallo zelo apostolico, lo andiamo perdendo e ci trasformiamo in funzionari del sacro. È molto triste quando una persona che ha consacrato la sua vita a Dio si trasforma in funzionario, in mero amministratore delle cose. È molto triste.

Infatti, appena gli apostoli scendono a lavare gli strumenti utilizzati, Gesù sale sulla barca e poi invita a gettare di nuovo le reti. Nel momento dello scoraggiamento, del “pensionamento”, lasciamo che Gesù salga di nuovo sulla barca, con la speranza dei primi tempi, quella speranza che dev’essere ravvivata, riconquistata, ri-editata. Lui viene a cercarci nelle nostre solitudini e nelle nostre crisi per aiutarci a ricominciare. La spiritualità del ricominciare. Non abbiate paura. Così è la vita: cadere e ricominciare, stancarsi e ricevere di nuovo la gioia. Ricevere la mano da Gesù. Anche oggi passa sulle rive dell’esistenza per risvegliare la speranza e dire anche a noi, come a Simone e gli altri: «Prendi il largo e gettate le reti per la pesca» (Lc 5,4). E quando si perde la speranza, ci vengono mille giustificazioni per non gettare le reti; ma soprattutto quella rassegnazione amara, che è come un verme che guasta l’anima. Fratelli e sorelle, quello che viviamo è certamente un tempo difficile, lo sappiamo, ma il Signore oggi chiede a questa Chiesa: “Vuoi scendere dalla barca e sprofondare nella delusione, oppure farmi salire e permettere che sia ancora una volta la novità della mia Parola a prendere in mano il timone? Tu, sacerdote, consacrato, consacrata, vescovo, vuoi solo conservare il passato che hai alle spalle oppure gettare nuovamente con entusiasmo le reti per la pesca?”. Ecco cosa ci domanda il Signore: di risvegliare l’inquietudine per il Vangelo.

Quando ci si abitua e ci si annoia e la missione si trasforma in una specie di “impiego”, è il momento di dare spazio alla seconda chiamata di Gesù, che ci chiama di nuovo, sempre. Ci chiama per farci camminare, ci chiama per rifarci di nuovo. Non abbiate paura di questa seconda chiamata di Gesù. Non è un’illusione, è Lui che viene a bussare alla porta. E possiamo dire che questa è l’inquietudine “buona”, quando ci lasciamo attrarre dalla seconda chiamata di Gesù, quell’inquietudine buona che l’immensità dell’oceano consegna a voi portoghesi: spingersi oltre la riva non per conquistare il mondo – né per pescare baccalà –, ma per allietarlo con la consolazione e la gioia del Vangelo. In quest’ottica si possono leggere le parole di un vostro grande missionario, Padre António Vieira, chiamato “Paiaçu”, padre grande: egli diceva che Dio vi ha dato una piccola terra per nascere ma, facendovi affacciare sull’oceano, vi ha dato il mondo intero per morire: «Per nascere, poca terra; per morire, tutta la terra: per nascere, Portogallo; per morire, il mondo» (A. Vieira, Omelie, Vol. III, Tomo VII, Porto 1959, p. 69). Gettare di nuovo le reti e abbracciare il mondo con la speranza del Vangelo: a questo siamo chiamati! Non è tempo di fermarsi, non è tempo di arrendersi, non è tempo di ormeggiare la barca a riva o di guardarsi indietro; non dobbiamo fuggire questo tempo perché ci spaventa e rifugiarci in forme e stili del passato. No, questo è il tempo di grazia che il Signore ci dà per avventurarci nel mare dell’evangelizzazione e della missione.

Per farlo, però, abbiamo anche bisogno di compiere delle scelte. Vorrei indicarvi tre scelte, ispirate al Vangelo.

Anzitutto, prendere il largo. La magnanimità. Non siate pusillanimi! Prendere il largo. Per gettare nuovamente le reti in mare, bisogna lasciare la riva delle delusioni e dell’immobilismo, prendere le distanze da quella tristezza dolciastra e da quel cinismo ironico che a volte ci assalgono dinanzi alle difficoltà. Tristezza dolciastra, cinismo ironico. Esaminiamo la coscienza su questo. Recuperare la speranza, ma una seconda edizione della speranza, la speranza matura, la speranza che viene dopo il fallimento o la stanchezza, Non è facile recuperare la speranza adulta. Bisogna farlo per passare dal disfattismo alla fede, come Simone che, pur avendo faticato a vuoto tutta la notte, dice: «Sulla tua parola getterò le reti» (Lc 5,5). Ma, per fidarsi ogni giorno del Signore e della sua Parola, non bastano le parole, occorre tanta preghiera. E qui vorrei farvi una domanda, ma ciascuno risponda dentro di sé: come prego io? Come un pappagallo, bla, bla, bla, o facendo la siesta davanti al Tabernacolo perché non so come parlare con il Signore? Prego? Come prego? Solo in adorazione, solo davanti al Signore si ritrovano il gusto e la passione per l’evangelizzazione. È interessante: la preghiera di adorazione l’abbiamo perduta; e tutti, sacerdoti, vescovi, consacrate, consacrati devono recuperarla: rimanere in silenzio davanti al Signore. Madre Teresa, coinvolta in tante cose della vita, mai ha tralasciato l’adorazione, nemmeno nei momenti in cui la sua fede vacillava e si domandava se era tutto vero o no. Momenti di oscurità, che ha passato anche Teresina di Gesù Bambino. Allora, nella preghiera, si supera la tentazione di portare avanti una “pastorale della nostalgia e dei lamenti”. In un convento c’era una monaca – questo è accaduto realmente – che si lamentava di tutto, e non so che nome avesse, ma le monache le cambiarono il nome e la chiamavano “Suor lamentela”. Quante volte le nostre impotenze, le nostre delusioni le trasformiamo in lamentele! E abbandonando queste lamentele si riprende un’altra volta la forza per prendere il largo, senza ideologie, senza mondanità. La mondanità spirituale che entra in noi e dalla quale si genera il clericalismo. Clericalismo non solo dei preti: i laici clericalizzati sono peggio dei preti. Quel clericalismo che ci rovina. E, come diceva un gran maestro spirituale, questa mondanità spirituale – che provoca il clericalismo – è uno dei mali più gravi che possono capitare alla Chiesa. Superare queste difficoltà senza ideologie, senza mondanità, animati da un unico desiderio: che il Vangelo raggiunga tutti. Avete tanti esempi su questa strada e, visto che siamo immersi tra i giovani, mi piace ricordare un giovane di Lisbona, San João de Brito – era un ragazzo di qui –, che secoli fa, fra tante difficoltà, partì per l’India e cominciò a parlare e vestirsi allo stesso modo di chi incontrava pur di annunciare Gesù. Anche noi siamo chiamati a immergere le nostre reti nel tempo che viviamo, a dialogare con tutti, a rendere comprensibile il Vangelo, anche se per farlo possiamo rischiare qualche tempesta. Come i giovani che da tutto il mondo vengono qui a sfidare le onde giganti, anche noi andiamo al largo senza paura; non temiamo di affrontare il mare aperto, perché in mezzo alla tempesta e ai venti contrari ci viene incontro Gesù, che dice: “Coraggio, sono io, non abbiate paura!” (Mt 14,27)». Quante volte abbiamo fatto questa esperienza? Ognuno risponda dentro di sé. E se non l’abbiamo fatta, è perché qualcosa è andato storto durante la tempesta.

Una seconda scelta: portare avanti insieme la pastorale, tutti insieme. Nel testo Gesù affida a Pietro il compito di prendere il largo, ma poi parla al plurale, dicendo «gettate le reti» (Lc 5,4): Pietro guida la barca, ma sulla barca ci sono tutti e tutti sono chiamati a calare le reti. Tutti. E quando prendono una grande quantità di pesci, non pensano di farcela da soli, non gestiscono il dono come possesso e proprietà privata ma, dice il Vangelo, «fecero cenno ai compagni dell’altra barca, che venissero ad aiutarli» (Lc 5,7). Così riempirono di pesci due barche. Uno significa solitudine, chiusura, pretesa di autosufficienza, due significa relazione. La Chiesa è sinodale, è comunione, aiuto reciproco, cammino comune. A questo tende il Sinodo in corso, che avrà il suo primo momento assembleare nel prossimo ottobre. Sulla barca della Chiesa ci dev’essere spazio per tutti: tutti i battezzati sono chiamati a salirvi e a gettare le reti, impegnandosi in prima persona nell’annuncio del Vangelo. E non dimenticate questa parola: tutti, tutti, tutti. Mi tocca molto il cuore, quando devo dire come aprire prospettive apostoliche, quel passo del Vangelo in cui la gente non va alla festa di nozze del figlio ed è tuto preparato. E che cosa dice il padrone, il padrone della festa cosa dice? “Andate ai crocicchi e portate qui tutti, tutti, tutti: sani, malati, piccoli e grandi, buoni e peccatori. Tutti”. La Chiesa non sia una dogana, per selezionare chi entra e chi no. Tutti, ciascuno con la sua vita sulle spalle, coi suoi peccati, così com’è, davanti a Dio, così com’è davanti alla vita… Tutti, tutti. Non mettiamo dogane nella Chiesa. Tutti. È una grande sfida, specialmente nei contesti in cui i sacerdoti e i consacrati sono affaticati perché, mentre aumentano le esigenze pastorali, sono sempre di meno. A questa situazione, però, possiamo guardare come un’occasione per coinvolgere, con slancio fraterno e sana creatività pastorale, i laici. Le reti dei primi discepoli, allora, diventano un’immagine della Chiesa, che è una “rete di relazioni” umane, spirituali e pastorali. Se non c’è dialogo, se non c’è corresponsabilità, se non c’è partecipazione, la Chiesa invecchia. Lo vorrei dire così: mai un Vescovo senza il proprio presbiterio e il Popolo di Dio; mai un prete senza i confratelli; e tutti insieme – sacerdoti, religiose, religiosi e fedeli laici – come Chiesa, mai senza gli altri, mai senza il mondo. Senza mondanità, ma non senza il mondo. Nella Chiesa ci si aiuta, ci si sostiene a vicenda e si è chiamati a diffondere anche fuori un clima di fraternità costruttivo. D’altronde, San Pietro scrive che siamo le pietre vive impiegate per la costruzione di un edificio spirituale (cfr 1 Pt 2,5). Vorrei aggiungere: voi fedeli portoghesi siete anche una “calçada”, siete le pietre pregiate di quel pavimento accogliente e splendente su cui il Vangelo ha bisogno di camminare: neanche una pietra può mancare, altrimenti si nota subito. Ecco la Chiesa che, con l’aiuto di Dio, siamo chiamati a costruire!

Infine, terza scelta: diventare pescatori di uomini. Non abbiate paura. Questo non è fare proslitismo, è annunciare il Vangelo che interpella. In questa immagine così bella di Gesù, essere pescatori di uomini, Egli affida ai discepoli la missione di prendere il largo nel mare del mondo. Spesso, nella Scrittura, il mare è associato al luogo del male e delle potenze avverse che gli uomini non riescono a dominare. Perciò, pescare le persone e tirarle fuori dall’acqua significa aiutarle a risalire da dove sono sprofondate, salvarle dal male che rischia di farle affogare, risuscitarle da ogni forma di morte. Questo però senza proselitismo, ma con amore. E uno dei segni che alcuni movimenti ecclesiali stanno andando male è il proselitismo. Quando un movimento ecclesiale o una diocesi, o un vescovo, o un prete, o una suora, o un laico fa proselitismo, questo non è cristiano. Cristiano è invitare, accogliere, aiutare, ma senza proselitismo. Il Vangelo, infatti, è un annuncio di vita nel mare della morte, di libertà nei gorghi della schiavitù, di luce nell’abisso delle tenebre. Come afferma Sant’Ambrogio, «gli strumenti della pesca apostolica sono come le reti: infatti le reti non fanno morire chi vi è preso, ma lo conservano in vita, lo traggono dagli abissi alla luce» (Exp. Luc. IV, 68-79). Ci sono tante oscurità nella società di oggi, anche qui in Portogallo, da tutte le parti. Abbiamo la sensazione che sia venuto a mancare l’entusiasmo, il coraggio di sognare, la forza di affrontare le sfide, la fiducia nel futuro; e, intanto, navighiamo nelle incertezze, nella precarietà soprattutto economica, nella povertà di amicizia sociale, nella mancanza di speranza. A noi, come Chiesa, è affidato il compito di immergerci nelle acque di questo mare calando la rete del Vangelo, senza puntare il dito, senza accusare, ma portando alle persone del nostro tempo una proposta di vita, quella di Gesù: portare l’accoglienza del Vangelo, invitare alla festa, in una società multiculturale; portare la vicinanza del Padre nelle situazioni di precarietà, di povertà che crescono, soprattutto tra i giovani; portare l’amore di Cristo dove la famiglia è fragile e le relazioni sono ferite; trasmettere la gioia dello Spirito dove regnano demoralizzazione e fatalismo. Un vostro scrittore ha scritto: «Per arrivare all’infinito, e credo che ci si possa arrivare, abbiamo bisogno di un porto, di uno soltanto, sicuro, e da lì partire verso l’Indefinito» (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). Sogniamo la Chiesa portoghese come un “porto sicuro” per chiunque affronta le traversate, i naufragi e le tempeste della vita!

Cari fratelli e sorelle: tutti, laici, religiosi, religiose, sacerdoti, vescovi, tutti, tutti, non abbiate paura, gettate le reti. Non vivete accusando: “questo è peccato, questo non è peccato”. Vengano tutti, poi parliamo, ma che sentano prima l’invito di Gesù e poi viene il pentimento, dopo viene la vicinanza di Gesù. Per favore, non fate diventare la Chiesa una dogana: qua si entra, i giusti, quelli che sono a posto, quelli che sono sposati bene, e là fuori tutti gli altri. No. La Chiesa non è questo. Giusti e peccatori, buoni e cattivi, tutti, tutti, tutti. E poi, che il Signore ci aiuti a risolvere la questione. Ma tutti. Vi ringrazio di cuore, fratelli e sorelle, per questo ascolto – che sarà stato noioso! –, vi ringrazio per ciò che fate, per l’esempio, soprattutto l’esempio nascosto, e per la costanza, l’alzarsi ogni giorno per ricominciare o continuare ciò che si è incominciato. Come dite voi: Muito obrigado! Per quello che fate… E vi affido alla Madonna di Fatima, alla custodia dell’angelo del Portogallo e alla protezione dei vostri grandi santi, specialmente, qui a Lisbona, di Sant’Antonio, instancabile apostolo – che si son rubati quelli di Padova –, ispirato predicatore, discepolo del Vangelo attento ai mali della società e pieno di compassione per i poveri: che Sant’Antonio interceda per voi e vi doni la gioia di una nuova pesca miracolosa. Poi mi racconterete. E, per favore, non dimenticatevi di pregare per me. Grazie!

[01185-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Chers frères Évêques,

chers prêtres, diacres, personnes consacrées, séminaristes,

chers agents pastoraux, frères et sœurs, bonsoir!

Je suis heureux d’être parmi vous pour vivre, avec un grand nombre de jeunes, les Journées Mondiales de la Jeunesse, mais aussi pour partager votre cheminement ecclésial, vos luttes et vos espérances. Je remercie Monseigneur José Ornelas Carvalho pour les paroles qu’il m’a adressées. Je voudrais prier avec vous pour que, comme il l’a dit, nous devenions avec les jeunes, audacieux pour étreindre le “rêve de Dieu et pour trouver des voies de participation joyeuse, généreuse et transformante, pour l’Église et pour l’humanité”. Et ce n’est pas une blague, c’est un programme.

Je me suis immergé dans la beauté de votre pays, une terre de jonction entre le passé et l’avenir, un lieu de traditions anciennes et de grands changements, embelli par des vallées luxuriantes, des plages dorées donnant sur la beauté infinie de l’océan qui borde le Portugal. Cela me ramène au contexte du premier appel des disciples, que Jésus appela sur les rives de la Mer de Galilée. Je voudrais m’arrêter sur cet appel qui met en lumière ce que nous venons d’entendre dans la brève lecture des vêpres: le Seigneur nous a sauvés, il nous a appelés non pas selon nos œuvres, mais selon sa grâce (cf. 2 Tm 1, 9). C’est ce qui s’est passé dans la vie des premiers disciples, lorsque Jésus, en passant, «vit deux barques qui se trouvaient au bord du lac; les pêcheurs en étaient descendus et lavaient leurs filets» (Lc 5, 2). Jésus monte alors dans la barque de Simon et, après avoir parlé aux foules, transforme la vie de ces pêcheurs en les invitant à prendre le large et à jeter leurs filets. Nous remarquons immédiatement un contraste : d’une part, les pêcheurs descendent de la barque pour laver leurs filets, c’est-à-dire pour les nettoyer, les garder en bon état et rentrer chez eux ; d’autre part, Jésus monte dans la barque et les invite à jeter à nouveau leurs filets pour pêcher. Les différences sont manifestes: les disciples descendent, Jésus monte ; ils veulent ranger les filets, Lui veut qu’ils soient jetés à nouveau à la mer pour pêcher.

Tout d’abord, les pêcheurs descendent de la barque pour laver leurs filets. C’est la scène que Jésus a sous les yeux et il s’y arrête précisément. Il vient à peine de faire sa prédication dans la synagogue de Nazareth, mais ses concitoyens l’ont chassé de la ville et ont même essayé de le tuer (cf. Lc 4, 28-30). Il sort alors du lieu sacré et commence à prêcher la Parole parmi les gens, sur les routes où les femmes et les hommes de son temps peinent chaque jour. Le Christ veut apporter la proximité de Dieu précisément dans les lieux et les situations où les gens vivent, luttent, espèrent, en serrant parfois dans leurs mains les échecs et les revers, tout comme ces pêcheurs qui n’avaient rien pris durant la nuit. Jésus regarde avec tendresse Simon et ses compagnons qui, fatigués et amers, lavent leurs filets, faisant un geste répétitif, automatique, mais aussi fatigué et résigné : il ne restait plus qu’à rentrer à la maison les mains vides.

Parfois, dans notre cheminement ecclésial, nous pouvons faire l’expérience d’une lassitude similaire. Une lassitude. Quelqu’un disait: “Je crains la fatigue des bons”. Una lassitude lorsqu’il nous semble tenir dans nos mains que des filets vides. C’est un sentiment assez répandu dans les pays de vieille tradition chrétienne qui connaissent de nombreux changements sociaux et culturels, et qui sont de plus en plus marqués par la sécularisation, l’indifférence à l’égard de Dieu, un recul croissant de la pratique de la foi. Et c'est là qu’intervient le danger de la mondanité. Et cela est souvent accentué par la déception ou la colère que certains ressentent à l’égard de l’Église, parfois à cause de notre mauvais témoignage et des scandales qui en ont défiguré le visage et qui appellent à une purification humble, constante, en partant du cri de douleur des victimes, toujours à accueillir et à écouter. Mais le risque, lorsque qu’on se sent découragé - et chacun d’entre vous pense à un moment où il s’est senti découragé -, est de descendre de la barque en restant pris dans les filets de la résignation et du pessimisme. En revanche, faisons confiance à Jésus qui continue à tendre la main et à soutenir son Épouse bien-aimée. Portons au Seigneur nos peines et nos larmes, pour ensuite affronter les situations pastorales et spirituelles en y faisant face avec ouverture de cœur, et en faisant ensemble l’expérience de nouvelles voies à suivre. Lorsque nous sommes découragés, consciemment ou non, nous nous “retirons”, en “retraite” du zèle apostolique, nous le perdons, et nous devenons des “fonctionnaires du sacré”. C’est très triste quand une personne qui a consacré sa vie à Dieu devient un “fonctionnaire”, un simple administrateur des choses. C’est très triste.

En effet, dès que les apôtres descendent pour laver les outils utilisés, Jésus monte dans la barque et les invite à jeter à nouveau leurs filets. Au moment du découragement, au moment de la “retraite”, laissons Jésus remonter dans la barque, avec l’espérance des premiers temps, cette espérance qui doit être ravivée, reconquise, re-éditée. Il vient nous chercher dans nos solitudes, dans nos crises, pour nous aider à recommencer. La spiritualité du recommencement. N’ayez en pas peur. Ainsi va la vie: tomber et recommencer, se lasser et recevoir à nouveau la joie. Recevoir cette main de Jésus. Aujourd’hui encore, il passe sur les rivages de notre existence pour réveiller l’espérance et dire à nous aussi, comme à Simon et aux autres : « Avance au large, et jetez vos filets pour la pêche. » (Lc 5, 4). Et quand on perd l’espérance, il y a mille justifications pour ne pas jeter les filets; mais surtout cette résignation amère, qui est comme un ver qui détruit l’âme. Frères et sœurs, ce que nous vivons est certainement une époque difficile, nous le savons, mais le Seigneur demande aujourd'hui à cette Église : “Veux-tu descendre de la barque et sombrer dans la déception, ou me laisser monter et permettre à la nouveauté de ma Parole de reprendre en main le gouvernail ? À toi, prêtre, consacré, consacrée, évêque: veux-tu simplement t’accrocher au passé que tu as derrière toi, ou bien jeter à nouveau avec enthousiasme les filets pour la pêche ?” Voilà ce que le Seigneur nous demande : de réveiller notre préoccupation pour l’Évangile.

Lorsque on s’y habitue et qu’on s’ennuie et que la mission se transforme en une sorte d'“emploi”, c’est le moment de faire place au deuxième appel de Jésus, qui nous appelle à nouveau, toujours. Il nous appelle pour nous faire marcher, il nous appelle pour nous refaire. N’ayez pas peur de ce deuxième appel de Jésus. Ce n’est pas une illusion, c’est Lui qui vient frapper à la porte. Et nous pouvons dire qu’il s’agit d’une “bonne” préoccupation, lorsque nous nous laissons séduire par le deuxième appel de Jésus, c’est la bonne inquiétude, que l’immensité de l’océan vous donne, à vous Portugais: quitter le rivage non pas pour conquérir le monde - ni pour pêcher la morue - mais pour le réjouir de la consolation et de la joie de l’Évangile. Nous pouvons lire dans cette optique les paroles de l’un de vos grands missionnaires, le père António Vieira, appelé “Paiaçu”, “père grand”: il disait que Dieu vous a donné une petite terre pour naître, mais qu’en vous ouvrant sur l’océan, il vous a donné le monde entier pour mourir : « Pour naître, peu de terre ; pour mourir, toute la terre: pour naître, le Portugal ; pour mourir, le monde » (A. Vieira, Homélies, Vol. III, Tome VII, Porto 1959, p. 69). Jeter de nouveau les filets et étreindre le monde avec l’espérance de l’Évangile : c’est à cela que nous sommes appelés! Ce n’est pas le moment de s’arrêter, ce n’est pas le moment d’abandonner, ce n’est pas le moment d’amarrer la barque sur le rivage ou de regarder en arrière. Nous n’avons pas à fuir ce moment parce qu’il nous ferait peur et nous réfugier dans des formes et des styles du passé. Non, c’est un temps de grâce que le Seigneur nous donne pour nous aventurer sur la mer de l’évangélisation et de la mission.

Mais, pour ce faire, nous avons aussi besoin de faire des choix. Je voudrais indiquer trois choix, inspirés par l’Évangile.

Tout d’abord, avancer au large. Cette magnanimité. Ne soyez pas pusillanimes ! Avancez au large, Pour jeter à nouveau les filets à la mer, il est nécessaire de quitter le rivage des déceptions et de l’immobilisme, de nous éloigner de cette tristesse douceâtre et de ce cynisme ironique qui nous assaillent si souvent face aux difficultés. Tristesse douce, cynisme ironique. Examinons la conscience à ce sujet. Récupérer l’espérance, mais une deuxième édition de l’espérance, l’espérance mûrit, l’espérance qui vient après l’échec ou la fatigue. Il n’est pas facile de récupérer l’espérance adulte. Cela est nécessaire pour passer du défaitisme à la foi, comme Simon qui, après avoir peiné toute la nuit pour rien, dit : «Sur ta parole, je vais jeter les filets» (Lc 5, 5). Mais pour faire confiance chaque jour au Seigneur et à sa Parole, les mots ne suffisent pas, beaucoup de prière est nécessaire. Et là, je voudrais vous poser une question, mais que chacun réponde en lui-même: comment est-ce que je prie ? Comme un perroquet, bla, bla, bla, ou en faisant la sieste devant le Tabernacle parce que je ne sais pas parler au Seigneur ? Est-ce que je prie ? Comment je prie ? Ce n’est que dans l’adoration, devant le Seigneur, que l’on retrouve le goût et la passion de l’évangélisation. C’est intéressant: nous avons perdu la prière d’adoration; et tous, prêtres, évêques, consacrés et consacrées, doivent la retrouver: rester silencieux devant le Seigneur. Mère Teresa, engagée dans tant de choses dans la vie, n’a jamais négligé l’adoration, même dans les moments où sa foi vacillait et où elle se demandait si tout cela était vrai ou non. Des moments d’obscurité, que Thérèse de l’Enfant Jésus a également traversés. On surmonte alors, dans la prière, la tentation de mener une “pastorale de la nostalgie et des regrets”. Dans un couvent, il y avait une religieuse - cela s’est réellement produit - qui se plaignait de tout, et je ne sais pas quel nom elle portait, mais les religieuses ont changé son nom et l’ont appelée “Sœur Plainte”. Combien de fois transformons-nous nos impuissances, nos déceptions en plaintes! Et en abandonnant ces plaintes, nous retrouvons la force de prendre la route, sans idéologie, sans mondanité. La mondanité spirituelle qui nous pénètre et d'où naît le cléricalisme. Le cléricalisme n'est pas seulement celui des prêtres: les laïcs cléricalisés sont pires que les prêtres. Ce cléricalisme qui nous ruine. Et, comme le disait un grand maître spirituel, cette mondanité spirituelle - qui engendre le cléricalisme - est l'un des plus grands maux qui puissent frapper l'Église. Surmontez ces difficultés sans idéologie, sans mondanité, animé d’un seul désir: que l'Évangile parvienne à tous. Vous avez beaucoup d’exemples sur cette route et, puisque nous sommes entourés de jeunes, j’aimerais rappeler un jeune de Lisbonne, Saint João de Brito,- c’était un garçon d’ici - qui, il y a des siècles, au milieu de nombreuses difficultés, partit pour l’Inde et a commencé à parler et à s’habiller de la même manière que ceux qu’il rencontrait afin d’annoncer Jésus. Nous aussi, nous sommes appelés à plonger nos filets dans l’époque que nous vivons, à dialoguer avec tous, à rendre l’Évangile compréhensible, même si, pour le faire, nous risquons quelque tempête. Comme les jeunes qui viennent ici du monde entier pour défier les vagues géantes, nous avançons au large sans peur. Ne craignons pas d’affronter la haute mer car, au milieu de la tempête et face aux vents contraires, Jésus vient et il vient à notre rencontre et nous dit: «Confiance! c’est moi; n’ayez plus peur!» (Mt 14, 27). Combien de fois avons-nous fait cette expérience? Que chacun réponde en son for intérieur. Et si nous ne l’avons pas fait, c’est que quelque chose n’a pas fonctionné pendant la tempête.

Un deuxième choix : mener ensemble la pastorale, tous ensemble. Dans le texte, Jésus confie à Pierre la tâche d’avancer au large, mais il parle ensuite au pluriel en disant «jetez les filets» (Lc 5, 4) : Pierre conduit la barque, mais tous sont dans la barque et tous sont appelés à jeter les filets. Tous. Et lorsqu’ils prennent une grande quantité de poissons, ils ne pensent pas y arriver tout seuls, ils ne considèrent pas le don comme une possession et une propriété privée, mais, dit l’Évangile, «ils font signe à leurs compagnons de l’autre barque de venir les aider» (Lc 5, 7). Et ils ont rempli ainsi deux barques de poissons. Un signifie solitude, fermeture, prétention à l’autosuffisance; deux signifie relation. L’Église est synodale, elle est communion, entraide, chemin commun. C’est ce à quoi tend le synode en cours qui aura, en octobre prochain, son premier moment en assemblée. Sur la barque de l’Église, il doit y avoir de la place pour tous: tous les baptisés sont appelés à y monter et à jeter les filets, en s’engageant personnellement dans l’annonce de l’Évangile. Et n’oubliez pas ce mot: tous, tous, tous. Il me touche vraiment le cœur, quand je dois dire comment ouvrir des perspectives apostoliques, ce passage de l’Évangile où les gens ne vont pas aux noces du fils et où tout est préparé. Et que dit le maître, le maître de la fête? “Allez à la croisée des chemins et amenez tout le monde, tout le monde : sains, malades, petits et grands, bons et pécheurs. Tout le monde”. Que l’Église ne soit pas un poste de douane, pour sélectionner qui entre et qui n’entre pas. Tout le monde, chacun avec sa vie sur les épaules, avec ses péchés, tel qu’il est devant Dieu, tel qu’il est devant la vie... Tous, tous. Nous ne mettons pas des postes de douanes dans l’Église. Tous. C’est un grand défi, surtout dans les contextes où les prêtres et les personnes consacrées sont épuisés parce que, alors que les besoins pastoraux augmentent, ils sont de moins en moins nombreux. Nous pouvons cependant considérer cette situation comme une occasion d’impliquer les laïcs dans un enthousiasme fraternel et une saine créativité pastorale. Les filets des premiers disciples deviennent alors une image de l’Église qui est un “réseau de relations” humaines, spirituelles et pastorales. S’il n’y a pas de dialogue, de coresponsabilité, s’il n’y a pas de participation, l’Église vieillit. Je le dirais ainsi : jamais un Évêque sans son presbyterium et le peuple de Dieu ; jamais un prêtre sans ses confrères ; et tous ensemble – prêtres, religieuses, religieux et fidèles laïcs –, en tant qu’Église, jamais sans les autres, jamais sans le monde. Sans mondanité, certes, mais pas sans le monde. Dans l’Église, on s’aide, on se soutient les uns les autres, et on est appelé à répandre, également à l’extérieur, un climat constructif de fraternité. D’autre part, saint Pierre écrit que nous sommes les pierres vivantes utilisées pour la construction d’un édifice spirituel (cf. 1 P 2, 5). Je voudrais ajouter : vous, fidèles portugais, êtes aussi une “calçada”, vous êtes les pierres de valeur de ce pavement accueillant et splendide sur lequel l’Évangile doit marcher : pas même une pierre ne doit manquer, sinon on le remarque tout de suite. Voilà l’Église qu’avec l’aide de Dieu nous sommes appelés à construire !

Enfin, le troisième choix : devenir pêcheurs d’hommes. N’ayez pas peur. Ce n’est pas faire du prosélytisme, c’est la proclamation de l'Évangile qui interpelle. Dans cette belle image de Jésus, être pêcheurs d’hommes, Jésus confie aux disciples la mission de prendre le large sur la mer du monde. Souvent, dans l’Écriture, la mer est associée au lieu du mal et des puissances adverses que les hommes ne parviennent pas à maîtriser. Par conséquent, pêcher les personnes et les sortir de l’eau c’est les aider à se relever de là où elles ont sombré, les sauver du mal qui risque de les engloutir, les ressusciter de toutes les formes de mort. Et cela, sans prosélytisme, mais avec amour. Le prosélytisme est l’un des signes que certains mouvements ecclésiaux vont mal. Lorsqu’un mouvement ecclésial, un diocèse, un évêque, un prêtre, une religieuse ou un laïc fait du prosélytisme, ce n’est pas chrétien. Ce qui est chrétien, c’est d’inviter, d’accueillir, d’aider, mais sans faire de prosélytisme. L’Évangile, en effet, est une annonce de vie sur la mer de la mort, de liberté dans les tourbillons de l’esclavage, de lumière dans l’abysse des ténèbres. Comme l’affirme saint Ambroise, «les instruments de pêche des Apôtres sont les filets qui ne font point périr leur prise, mais la conservent et la retirent des abîmes à la lumière» (Exp. Luc. IV, 68-79). Dans la société actuelle, il y a beaucoup de ténèbres, même ici au Portugal, partout. Nous avons l’impression que l’enthousiasme, le courage de rêver, la force d’affronter les défis, la confiance dans l’avenir ont disparu ; et, pendant ce temps, nous naviguons dans les incertitudes, dans la précarité, surtout économique, dans la pauvreté en amitié sociale, dans le manque d’espérance. C’est à nous, en tant qu’Église, qu’est confiée la tâche de nous plonger dans les eaux de cette mer en jetant le filet de l’Évangile, sans pointer du doigt, sans accuser, mais en apportant aux hommes de notre temps une proposition de vie, celle de Jésus: susciter l’accueil de l’Évangile, les inviter à la fête, dans une société multiculturelle ; rendre proche le Père dans les situations de précarité, de pauvreté qui se multiplient, en particulier chez les jeunes ; apporter l’amour du Christ là où la famille est fragile et les relations blessées ; transmettre la joie de l’Esprit là où règnent la démoralisation et le fatalisme. Un de vos écrivains a écrit : «Pour parvenir à l'infini, et je crois que nous pouvons y parvenir, nous avons besoin d’un port, d’un seul, sûr, et de là partir vers l’Infini» (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). Nous rêvons de l’Église portugaise comme d’un “port sûr” pour tous ceux qui font face aux traversées, aux naufrages et aux tempêtes de la vie.

Chers frères et sœurs: tous, laïcs, religieux, prêtres, évêques, tous, n’ayez pas peur, jetez vos filets. Ne vivez pas en accusant : “ceci est un péché, ceci n’est pas un péché. Qu’ils viennent tous, puis nous parlerons, mais qu’ils entendent d’abord l’invitation de Jésus, puis le repentir, puis la proximité de Jésus. S’il vous plaît, ne faites pas de l’Église une douane: ici n’entrent que les justes, ceux qui vont bien, ceux qui sont bien mariés, et dehors tous les autres. Non. L’Église n’est pas cela. Les justes et les pécheurs, les bons et les mauvais, tout le monde, tous. Et puis, que le Seigneur nous aide à résoudre la question. Mais tous. Je vous remercie de tout cœur, frères et sœurs, de cette écoute, - qui aurait été ennuyeuse -, je vous remercie pour ce que vous faites, pour l’exemple, surtout pour l’exemple caché, et pour la constance, le fait de se lever chaque jour pour recommencer ou continuer ce qui a été commencé. Comme vous le dites: Muito obrigado ! Pour ce que vous faites... Je vous confie à la Vierge de Fatima, à la garde de l’ange du Portugal et à la protection de vos grands saints, en particulier, ici à Lisbonne, de saint Antoine, apôtre infatigable, - volé par ceux de Padoue - prédicateur inspiré, disciple de l’Évangile attentif aux maux de la société et plein de compassion pour les pauvres; que saint Antoine intercède pour vous et vous donne la joie d’une nouvelle pêche miraculeuse. Ensuite vous me raconterez. Et, s’il vous plaît, n’oubliez pas de prier pour moi. Merci.

[01185-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

Dear brother Bishops,

Dear priests, deacons, consecrated women and men, seminarians,

Dear pastoral workers,

Dear brothers and sisters, good evening!

I am pleased to be with you, not only to experience World Youth Day together with so many young people, but also to share in your own ecclesial journey, your challenges and your hopes. I thank Bishop José Ornelas Carvalho for his kind words. This evening I would like to join you in prayer, so that, as the Bishop said, along with the young people we can boldly embrace “the dream of God and blaze trails towards a joyful, generous and transforming participation, for the Church and for humanity”. This is no joke. It is a programme.

I find myself immersed in the beauty of your country, a land of passage between past and future, a place of ancient traditions and of great changes, embellished by verdant valleys and golden beaches that face the boundless beauty of the ocean that borders Portugal. This makes me think of the first calling of the disciples: those whom Jesus called on the shores of the Sea of Galilee. I would like to dwell on that call, which reminds us of what we just heard in the brief reading of these Vespers: the Lord has saved us and has called us, not according to our works but according to his grace (cf. 2 Tim 1:9). This was the case in the lives of those first disciples when Jesus, as he passed by, “saw two boats there at the shore of the lake. The fishermen had gone out of them and were washing their nets” (Lk 5:2). Jesus then got into Simon’s boat and, after teaching the crowds, changed the life of those fishers by inviting them to put out into the deep water and let down their nets. We immediately note the contrast: the fishers leave the boat to wash their nets, that is, to clean and repair them, and then to return home, whereas Jesus gets into the boat and invites them to let down their nets for a catch. We see the difference: the disciples get out of the boat, while Jesus gets into the boat; they want to put away their nets, while he wants them to lower them once more into the sea for a catch.

To start, the fishers are getting out of the boat to wash their nets. Jesus sees this and stops. Shortly before, he had inaugurated his preaching in the synagogue of Nazareth, but his townsfolk had chased him out of the city and even sought to kill him (cf. Lk 4:28-30). He then left the sacred precincts and began to preach the word among the people, on the streets where the men and women of his time lived and worked each day. Christ wanted to bring God’s closeness into the very places and situations in which people live, work and hope, sometimes clinging to their past failures and their shortcomings, precisely like those fishermen who had laboured throughout the night and caught nothing. Jesus looks sympathetically upon Simon and his companions who, tired and disappointed, were routinely washing their nets, resigned to the fact that they would return home empty-handed.

There are moments in our ecclesial journey when we can feel a similar weariness, when we seem to be holding only empty nets. Weariness. Someone once said, “I am afraid when good people grow weary”. At those times when we think we are holding only empty nets. It is not uncommon to feel that way in countries of ancient Christian tradition, buffeted by social and cultural changes and increasingly marked by secularism, indifference to God and growing detachment from the practice of the faith. Here lies the peril of a creeping worldliness. It is often accentuated by the disappointment or the anger with which some people view the Church, at times due to our poor witness and the scandals that have marred her face and call us to a humble, ongoing purification, starting with the anguished cry of the victims, who must always be accepted and listened to. Whenever we feel discouraged (and here each of us can think of times when we felt discouraged), we may feel tempted to leave the boat and become entangled in the nets of resignation and pessimism. Instead, let us trust that Jesus continues to take us by the hand, lifting up his beloved Bride. Let us bring our struggles and our tears to the Lord, in order then to respond to pastoral and spiritual needs, together, with open hearts and finding new ways to follow him. When we feel discouraged, whether consciously or not, we “retire”, we step back from apostolic zeal, begin to lose it and to become “functionaries of the sacristy”. How sad it is when a person who consecrated his or her life to God becomes a “functionary”, nothing more than an administrator. Sad indeed.

As soon as the apostles get out of the boat to wash their nets, Jesus gets into the boat and calls them to lower their nets once more. At moments of discouragement, when we want to “retire”, let us allow Jesus to get into the boat again, with the excitement of the beginnings, an excitement that must be regained, reborn and relived. He comes to us amid our feelings of solitude and our crises, in order to help us begin anew. The spirituality of new beginnings. Do not be afraid of this. For that is how life is: we fail and we start over, we grow weary and we find renewed joy. We put our hands into the hands of Jesus. Today too he stands at the shore of our lives, to revive our hope and to say to us, as he did to Simon and the others: “Put out into the deep water and let down your nets for a catch” (Lk 5:4). And when we lose excitement, we find a thousand justifications not to lower the nets, and particularly that sullen resignation that is like a worm eating into the soul. Brothers and sisters, we are surely living in difficult times, we know that, but the Lord is asking this Church: “Do you want to leave the boat and plunge into disappointment, or will you let me enter and allow the newness of my words once more to take the helm? He is asking you, priests, consecrated men and women, bishops: Do you want only to preserve the past which lies behind you, or do you want once again to lower the nets with enthusiasm for the catch?” That is what the Lord is asking us: to revive our “restless” enthusiasm for the spread of the Gospel.

When we become creatures of habit and grow bored, and the mission becomes a “job”, it is time to open our hearts to that second call of Jesus, for he never stops calling us. He calls us to make us set out; he calls us to remake us. Do not be afraid of this second call of Jesus. It is no illusion: he keeps knocking on our door. And we can say that we experience a “good” restlessness when we let ourselves be enticed by this second call of Jesus. A good restlessness, which the immensity of the ocean holds out to you, dear Portuguese friends: an impulse to set out from the shore, not to conquer the world – or simply to fish for bacalos – but to make the world exult in the comforting joy of the Gospel. Here we can think of the words of one of your great missionaries, Father António Vieira, known as “Paiaçu”, “great Father”. He once said that God gave you a small land for your birth but by making you gaze at the ocean, he gave you an entire world for which to die: “To be born, a small land; to die, the whole world; to be born in Portugal, to die, the whole world” (A. VIEIRA, Homilies, vol. III, t. VII, Porto, 1959, p. 69). To lower the nets anew and to embrace the whole world with the hope brought by the Gospel: that is what we are called to do! This is not the time to stop, and give up, to drag the boat to shore or to look back. We must not take flight from the present out of fear, or take refuge in forms and practices of the past. Now is the God-given time of grace to sail boldly into the sea of evangelization and of mission.

To do this, however, we also need to make certain decisions. I would like to indicate three of those decisions, inspired by the Gospel.

First, to put out into the deep. With courage. Don’t be hesitant! Put out into the deep. In order to lower the nets anew, we must set out and leave behind the shores of our disappointments and our inertia; we must leave behind the faint melancholy and the cynicism and irony that can often beset us in the face of difficulties. Faint melancholy, cynicism and irony. Let us examine our consciences on this point. To recover excitement, now in a “second edition”, more mature and the fruit of failures and weariness. It is not easy to acquire an adult excitement. Yet it has to be done if we are to pass from defeatism to faith, like Simon, who even after struggling vainly all night, was able to say: “At your word, I will let down the nets” (Lk 5:5). To entrust ourselves each day to the Lord and his word, however, words are not enough; much prayer is also necessary.

Here I would like to ask a question, which everyone can respond in his or her heart: How do I pray? As a “blah, blah, blah”, half asleep before the tabernacle because I don’t know how to talk to the Lord. Do I pray? How do I pray? Only in adoration, only in the presence of the Lord, do we truly rediscover our taste and passion for evangelization. Oddly enough, we have lost the prayer of adoration; and everyone, priests, bishops consecrated men and women, need to recover it, this ability to be quiet in the Lord’s presence. Mother Teresa [of Calcutta], busy about so many things in life, never neglected adoration, even at times when her faith was shaken and she wondered if it was all true or not. A similar moment of darkness was also experienced by Therese of the Child Jesus. In prayer, we overcome the temptation to carry out a “ministry of nostalgia and regrets”. Once, in a convent, there was a nun – this really happened – who complained about everything. I forget her name, but the other nuns called her “Sister Lamentation”. How many times do we turn our frustrations and disappointments into complaints! Once we abandon those complaints, we find the strength to put out once more into the deep, without ideologies, without worldliness: the spiritual worldliness that overtakes us and gives rise to clericalism. A clericalism not only of clerics, for clericalized lay persons are worse than clerics. That clericalism is our ruin. As a great spiritual master once said, spiritual worldliness – which provokes clericalism – is one of the worst evils that can come about in the Church. We need to surmount our difficulties without ideologies, without worldliness, impelled by a sole desire: that the Gospel be preached to all people.

Along this path, you yourselves have had many examples. Seeing that we are surrounded by so many young people, I would like to mention a young person from Lisbon, Saint John Brito, a young native of this place, who centuries ago, amid great hardship, set sail for India and began to speak and dress the same way as the people of the places he went, in order to tell them about Jesus. We too are called to lower our nets these days and to dialogue with everyone, proposing the Gospel message, even if it involves risking a few storms. Like the young people who come here from all over the world to take on the giant waves, we too must set out fearlessly. Indeed, we need never fear the open seas, for in the midst of storms and battling oncoming winds, Jesus comes to meet us and says “Take heart, it is I; do not be afraid” (Mt 14:27). How often have we had this experience? Each of us can answer that question in his or her heart. And if we have not had it, it is because something failed during the storm.

A second decision: to work together in offering pastoral care. Together. In the Gospel, Jesus gives Peter the task of putting out into the deep, but then, speaking in the plural, tells the others: “Let down your nets” (Lk 5:4). Peter guides the barque, but others are on board and all of them are called to lower their nets. Together. And when they take in a great catch of fish, they do not think they can do it alone, or treat the boon as their private possession and property but, as the Gospel tells us, “they signaled their partners in the other boat to come and help them” (Lk 5:7). In this way, they filled two boats, not one. “One” speaks to us of solitude, self-absorption, the illusion of self-sufficiency, whereas “two” speaks of relationship. The Church is synodal: she is communion, mutual assistance and shared journey. That is the aim of the current Synod, which will have its first general assembly in October. On the boat of the Church, there has to be room for everyone: all the baptized are called on board to lower the nets, becoming personally involved in the preaching of the Gospel. Do not forget this word: together! I am deeply touched, whenever I speak about opening apostolic perspectives, by that passage of the Gospel in which the wedding feast of the son is all prepared, and people do not come to it. So, what does the Lord, the master of the feast, say? “Go out to the highways and byways and bring everyone, everyone: the sick, the healthy, young and old, the righteous and sinners. Everyone!” Do not make the Church a customs station, selecting who can enter or not. All, with their past life, their sins, as they are, before God, as they are, before life. All of them. Let us not have customs houses in the Church.

This is a great challenge, especially in those situations where priests and consecrated persons are hard pressed because their numbers are fewer and pastoral demands are increasing. Even so, we can look at this as an opportunity for involving, with fraternal enthusiasm and sound pastoral creativity, the lay faithful. The nets of the first disciples can thus serve as an image of the Church, which is a “network of relationships”, human, spiritual and pastoral. When dialogue, co-responsibility and participation are lacking, the Church grows old. I would put it this way: never a Bishop without his priests and the people of God; never a priest without his brother priests; and all of us together, as Church – priests, consecrated men and women, and the lay faithful – never without others, never without the world. Without worldliness, to be sure, yet not without the world. In the Church, we help each other, we support one another and we feel ourselves called to spread a climate of constructive fraternity beyond our own walls. For that matter, Saint Peter tells us that we are living stones being built into a spiritual house (cf. 1 Pet 2:5). I would like to add that you, the faithful of Portugal, are also a “calçada”; you are the precious stones of that friendly and resplendent pavement on which the Gospel needs to walk: not even one stone can be lacking, otherwise its absence is immediately noted. This is the Church that, with the help of God, we are called to build!

Lastly, a third decision: to become fishers of men and women. Do not be afraid. This is not to practice proselytism; it is to proclaim the challenging message of the Gospel. Jesus uses that fine image: fishers of men and women. Jesus entrusts his disciples with the mission of putting out into the sea of the world. In the Scriptures, the sea is often seen as the haunt of malign and adverse powers that human beings are incapable of controlling. So to be “fishers of men and women” and to draw them out of the water means to help them to return to the place from which they have fallen, to save them from the evil that threatens to overwhelm them, to revive them from every form of death. But to do this without proselytism, always with love. One of the signs of certain ecclesial movements that are in trouble is proselytism. When an ecclesial movement or a diocese, a bishop, a priest, a nun or a lay person engages in proselytism, that is not Christian. It is Christian to invite, to welcome, to help, but without proselytism. The Gospel is a proclamation of life amid the abyss of death, of freedom amid the eddies of enslavement, of light in the depth of darkness. In the words of Saint Ambrose, “the means to be used in apostolic fishing are like nets: for nets do not kill the catch but keep it alive; they drag it from the depths into the light” (Exp. Luc. IV, 68-79). There is so much darkness in today’s society, also here in Portugal, everywhere. We seem to have lost a sense of enthusiasm, the courage to dream, the strength to confront challenges and to be confident about the future; and so we sail amid doubts and uncertainty, especially economic uncertainty, an impoverishment of social friendship, and lack of hope. As Church, we are entrusted with the task of putting out into the waters of this sea and casting the nets of the Gospel, not pointing fingers, not accusing, but bringing to the men and women of our time an offer of life, the life of Jesus. We are called to bring to them the openness of the Gospel, to invite them to the party, to a multicultural society; to bring the closeness of the Father to situations of increasing uncertainty and poverty, especially among young people. To bring the love of Christ wherever families are fragile and relationships wounded. To transmit the joy of the Spirit where discouragement and fatalism reign. As one of your authors has written: “To arrive at the infinite, and I do believe that one can arrive there, we need a secure port, just one, from which to set out towards the Indefinite” (F. PESSOA, Livro do Desassossego, Lisbon, 1998, 247). Let us dream of the Church in Portugal as a “secure port” for all those who face the straits, the shipwrecks and the tempests of life!

Dear brothers and sisters: to all of you, laity, religious, priests and bishops, to one and all I say, do not be afraid, let down the nets. Do not go about hurling accusations – telling people, “this is a sin” or “this is not a sin”. Let everyone come, we can talk later, but first they should hear the invitation of Jesus; repentance comes later, closeness to Jesus comes later. Please, do not turn the Church into a customs house: there the righteous, peoples whose lives are in order, those properly married, can enter, while everyone else remains outside. No. That is not the Church. Righteous and sinners, good and bad: everyone, everyone, everyone. And then, may the Lord help us to straighten things out… everyone!

I thank you most cordially, brothers and sisters, for listening to me, which must have been boring! I thank you for all that you do, and for your example, above all your hidden example and your perseverance in getting up each day to begin anew or to continue what you began. Thank you for all that you do! I entrust you to Our Lady of Fatima, to the safekeeping of the angel of Portugal and to the protection of your great saints. Here in Lisbon, I think especially of Saint Anthony (whom the Paduans stole from you), a tireless apostle, inspired preacher and faithful disciple of the Gospel, attentive to the ills of society and filled with compassion for the poor. May Saint Anthony intercede for you and obtain for you the joy of a new “miraculous catch of fish”. Then you can tell me about it. And I ask you, please, not to forget to pray for me. Thank you.

[01185-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Liebe Mitbrüder im Bischofsamt,

liebe Priester, Diakone, gottgeweihte Frauen und Männer, Seminaristen,

liebe pastorale Mitarbeiter, liebe Brüder und Schwestern, guten Abend!

Ich freue mich, unter euch zu sein, um den Weltjugendtag gemeinsam mit so vielen jungen Menschen zu erleben, aber auch, um euren Weg in der Kirche, eure Mühen und eure Hoffnungen zu teilen. Ich danke Bischof José Ornelas Carvalho für die Worte, die er an mich gerichtet hat. Ich möchte mit euch beten, damit wir, wie er sagte, zusammen mit den jungen Menschen es wagen, „Gottes Traum anzunehmen und Wege für eine freudige, großzügige und verwandelnde Beteiligung für die Kirche und für die Menschheit zu finden“. Und das ist kein Scherz, das ist ein Programm.

Ich bin in die Schönheit eures Landes eingetaucht, ein Land des Übergangs zwischen Vergangenheit und Zukunft, ein Ort uralter Traditionen und großer Veränderungen, geziert durch üppige Täler und goldene Strände, die auf die grenzenlose Schönheit des Ozeans blicken, der Portugal umspült. Das bringt mich wieder in den Kontext der ersten Berufung der Jünger, die Jesus an den Ufern des Sees Gennesaret berief. Ich möchte bei dieser Berufung verweilen, die unterstreicht, was wir gerade in der Kurzlesung der Vesper gehört haben: Der Herr hat uns gerettet, hat uns gerufen, nicht aufgrund unserer Taten, sondern aus Gnade (vgl. 2 Tim 1,9). Dies geschah im Leben der ersten Jünger: Jesus sah im Vorbeigehen »zwei Boote am See liegen. Die Fischer waren aus ihnen ausgestiegen und wuschen ihre Netze« (Lk 5,2). Da stieg Jesus in Simons Boot und veränderte, nachdem er zu den Menschenmengen gesprochen hatte, das Leben jener Fischer, indem er sie aufforderte, auf den See hinauszufahren und ihre Netze auszuwerfen. Wir bemerken sofort einen Gegensatz: Auf der einen Seite steigen die Fischer aus dem Boot, um ihre Netze zu waschen, d.h. um sie zu säubern, sie gut aufzubewahren und um nach Hause zurückzukehren; auf der anderen Seite steigt Jesus in das Boot und lädt sie ein, ihre Netze wieder zum Fischen auszuwerfen. Die Unterschiede fallen auf: die Jünger steigen aus, Jesus steigt ein; sie wollen die Netze aufbewahren, er will, dass sie sie zum Fischen wieder in den See werfen.

Zunächst sind da die Fischer, die aus dem Boot steigen, um die Netze zu waschen. Das ist die Szene, die sich Jesus darbietet, und genau an dieser Stelle setzt er an. Er hatte erst vor kurzem in der Synagoge von Nazaret begonnen, zu predigen, aber seine Landsleute hatten ihn aus der Stadt hinaus getrieben und sogar versucht, ihn zu töten (vgl. Lk 4,28-30). Also verlässt er den heiligen Ort und beginnt, das Wort unter den Menschen zu predigen, auf den Straßen, wo sich die Frauen und Männer seiner Zeit jeden Tag abmühen. Christus will Gottes Nähe genau an die Orte und in die Situationen hineintragen, wo die Menschen leben, ringen, hoffen und manchmal das Scheitern und den Misserfolg in Händen halten, eben wie jene Fischer, die in der Nacht nichts gefangen hatten. Jesus sieht liebevoll auf Simon und seine Gefährten, die müde und betrübt ihre Netze waschen und dabei eine mechanische Bewegung wiederholen, die aber zugleich müde und resigniert wirkt: Es blieb nichts anderes übrig, als mit leeren Händen nach Hause zu gehen.

Manchmal können wir auf unserem Weg als Kirche eine ähnliche Müdigkeit verspüren. Müdigkeit. Jemand sagte: „Ich fürchte die Müdigkeit der Guten“. Eine Müdigkeit wenn es uns scheint, nur leere Netze in den Händen zu halten. Es ist ein Gefühl, das in Ländern mit alter christlicher Tradition weit verbreitet ist, die viele soziale und kulturelle Veränderungen durchmachen und zunehmend von Säkularismus, Gleichgültigkeit gegenüber Gott und einer zunehmenden Abkehr von der Glaubenspraxis geprägt sind. Und hier liegt die Gefahr, dass die Weltlichkeit Einzug hält. Und dies wird oft noch verstärkt durch die Enttäuschung oder den Zorn, den manche gegenüber der Kirche empfinden, manchmal wegen unseres schlechten Zeugnisses und der Skandale, die ihr Antlitz entstellt haben und die zu einer demütigen und beständigen Läuterung aufrufen, ausgehend vom Schmerzensschrei der Opfer, die immer aufgenommen und gehört werden müssen. Wenn man sich aber entmutigt fühlt – und jeder von euch denke daran, wann er sich entmutigt gefühlt hat –, besteht die Gefahr, dass man aus dem Boot steigt und in den Netzen der Resignation und des Pessimismus hängenbleibt. Stattdessen sollten wir darauf vertrauen, dass Jesus seine geliebte Braut stets an die Hand nimmt und wiederaufrichtet. Wir müssen die Mühen und Tränen zum Herrn bringen, um dann die pastoralen und spirituellen Situationen mit offenem Herzen anzugehen und gemeinsam manch neuen Weg zu erproben. Wenn wir entmutigt sind, bewusst oder nicht ganz bewusst, „ziehen wir uns zurück“, wir „ziehen uns zurück“ vom apostolischen Eifer, wir verlieren ihn, und wir werden „Funktionäre des Heiligen“. Es ist sehr traurig, wenn ein Mensch, der sein Leben Gott geweiht hat, ein „Funktionär“ wird, ein bloßer Verwalter der Dinge. Es ist sehr traurig.

Sobald die Apostel nämlich heraussteigen, um die verwendete Ausrüstung zu waschen, steigt Jesus in das Boot und fordert sie auf, ihre Netze wieder auszuwerfen. Im Moment der Entmutigung, im Moment des „Rückzugs“, lassen wir Jesus wieder ins Boot steigen, mit der Hoffnung des ersten Mals, jener Hoffnung, die wiederbelebt, zurückerobert, neu aufgelegt werden muss. Er sucht uns in unserer Einsamkeit, in unseren Krisen auf, um uns zu helfen, einen Neuanfang zu machen. Die Spiritualität des Neubeginns. Habt keine Angst davor. So ist das Leben: hinfallen und neu beginnen, sich langweilen und wieder Freude bekommen. Nehmen wir diese Hand Jesu an. Auch heute zieht er an den Ufern des Lebens vorüber, um die Hoffnung wiederzuerwecken und auch uns zu sagen, wie zu Simon und den anderen: »Fahr hinaus, wo es tief ist, und werft eure Netze zum Fang aus!« (Lk 5,4). Und wenn die Hoffnung verloren gegangen ist, fallen uns tausend Rechtfertigungen ein, warum wir unsere Netze nicht auswerfen, aber vor allem diese bittere Resignation, die wie ein Wurm an der Seele nagt. Brüder und Schwestern, was wir erleben, ist sicher eine schwierige Zeit, das wissen wir, aber der Herr fragt diese Kirche heute: „Willst du aus dem Boot aussteigen und in Enttäuschung versinken, oder mich einsteigen lassen und erlauben, dass noch einmal die Neuheit meines Wortes das Steuer in die Hand nimmt?“ Dich Priester, gottgeweihter Mann, gottgeweihte Frau, Bischof: „Willst du nur an der Vergangenheit festhalten, die hinter dir liegt, oder deine Netze erneut mit Begeisterung zum Fischen auswerfen?“ Das ist es, was der Herr von uns verlangt: Wieder die Unruhe für das Evangelium zu wecken.

Wenn man sich daran gewöhnt und sich langweilt und die Mission zu einer Art "Job" wird, ist es an der Zeit, Platz für diesen zweiten Ruf Jesu zu machen, der uns immer wieder von neuem ruft. Er ruft uns, um uns zum Gehen zu bringen, er ruft uns, um uns zu erneuern. Habt keine Angst vor diesem zweiten Ruf Jesu. Es ist keine Illusion, sondern er ist es, der wieder an die Tür klopft. Und wir könnten sagen, dass dies die „gute“ Unruhe ist, wenn wir uns von dem zweiten Ruf Jesu verführen lassen, ist das die gute Unruhe, die die Unermesslichkeit des Ozeans euch Portugiesen übermittelt: das Ufer hinter sich zu lassen, nicht um die Welt zu erobern – und auch nicht, um Kabeljau zu fischen –, sondern um sie mit dem Trost und der Freude des Evangeliums zu beschenken. In dieser Perspektive kann man die Worte eines eurer großen Missionare lesen, Pater António Vieira, genannt „Paiaçu“, großer Vater. Er sagte, dass Gott euch ein kleines Land gegeben habe, um darin geboren zu werden, dass er euch aber mit dem Blick auf den Ozean die ganze Welt gab, um zu sterben: »Um geboren zu werden, wenig Land; um zu sterben, die ganze Erde: Um geboren zu werden, Portugal; um zu sterben, die Welt« (A. Vieira, Sermões, Vol. III, Band VII, Porto 1959, S. 69). Die Netze wieder auswerfen und die Welt mit der Hoffnung des Evangeliums umfassen: Dazu sind wir aufgerufen! Es ist nicht die Zeit anzuhalten, es ist nicht die Zeit aufzugeben, es ist nicht die Zeit das Boot am Ufer festzumachen oder zurückzublicken; wir dürfen nicht vor dieser Zeit fliehen, weil sie uns ängstigt, und uns in Formen und Stile der Vergangenheit flüchten. Nein, dies ist die Zeit der Gnade, die der Herr uns schenkt, damit wir auf das Meer der Evangelisierung und Mission hinausfahren können.

Um dies zu tun, müssen wir jedoch auch Entscheidungen treffen. Ich möchte auf drei Entscheidungen hinweisen, die vom Evangelium inspiriert sind.

An erster Stelle, aufs Meer hinausfahren. Dies ist Großmut. Seid nicht kleinmütig! Aufs Meer hinausfahren, um die Netze wieder auszuwerfen, man muss das Ufer der Enttäuschungen und der Unbeweglichkeit verlassen, sich von jener süßlichen Traurigkeit und jenem ironischen Zynismus distanzieren, die uns oft angesichts von Schwierigkeiten überkommen. Süße Traurigkeit, ironischer Zynismus. Prüfen wir unser Gewissen diesbezüglich. Die Hoffnung zurückgewinnen, aber in einer zweiten Ausgabe der Hoffnung, der bereits reifen Hoffnung, der Hoffnung, die aus Versagen oder Langeweile entsteht. Es ist nicht leicht, die erwachsene Hoffnung zurückzugewinnen. Das ist notwendig, um vom Defätismus zum Glauben überzugehen, so wie Simon, der sagt, obwohl er sich die ganze Nacht vergeblich abgemüht hat: »Auf dein Wort hin werde ich die Netze auswerfen« (Lk 5,5). Um aber dem Herrn und seinem Wort jeden Tag zu vertrauen, reichen Worte nicht aus, es ist viel Gebet nötig. Ich möchte hier eine Frage stellen, aber jeder beantwortet sie für sich selbst: Wie bete ich? Wie ein Papagei, bla, bla, bla, oder mache ich ein Nickerchen vor dem Tabernakel, weil ich nicht weiß, wie ich mit dem Herrn sprechen soll? Bete ich? Wie bete ich? Nur in der Anbetung, nur vor dem Herrn, entdeckt man den Geschmack und die Leidenschaft für die Evangelisierung wieder. Und seltsamerweise haben wir das Gebet der Anbetung verloren; und alle, Priester, Bischöfe, gottgeweihte Frauen und Männer, müssen es zurückgewinnen, dieses in der Stille vor dem Herrn zu bleiben. Mutter Teresa, die in so viele Dinge des Lebens verwickelt war, hat die Anbetung nie aufgegeben, selbst in Zeiten, in denen ihr Glaube wankte und sie sich fragte, ob das alles wahr sei oder nicht. Ein Moment der Finsternis, den auch Therese vom Kinde Jesu durchlebte. Dann überwindet man im Gebet die Versuchung, eine „Pastoral der Nostalgie und des Nachtrauerns“ zu betreiben. In einem Kloster gab es eine Nonne – dies ist eine wahre Begebenheit – die sich über alles beklagte. Ich weiß nicht, wie sie hieß, aber die Ordensschwestern änderten ihren Namen und nannten sie „Schwester Klage“. Wie oft verwandeln wir unsere Ohnmacht, unsere Enttäuschungen in Klagen! Und wenn wir diese Klagen hinter uns lassen, finden wir wieder die Kraft aufs Meer hinausfahren, ohne Ideologien, ohne Weltlichkeit. Die spirituelle Weltlichkeit, die sich in uns einschleicht und aus der der Klerikalismus hervorgeht. Klerikalismus nicht nur bei den Priestern: die klerikalisierten Laien sind schlimmer als die Priester. Dieser Klerikalismus, der uns ruiniert. Und wie ein großer spiritueller Meister zu sagen pflegte, ist diese spirituelle Weltlichkeit - die den Klerikalismus hervorruft - eines der größten Übel, die die Kirche befallen können. Überwinden wir diese Schwierigkeiten ohne Ideologien, ohne Weltlichkeit, beseelt von einem einzigen Wunsch: dass das Evangelium alle erreichen möge. Ihr habt viele Beispiele auf diesem Weg und, da wir mitten unter jungen Menschen sind, erinnere ich gerne an einen jungen Mann aus Lissabon, den heiligen Johannes de Britto, er war ein Junge von hier, der vor Jahrhunderten inmitten vieler Schwierigkeiten nach Indien aufbrach und begann, so zu sprechen und sich so zu kleiden wie die Menschen, die er traf, um Jesus zu verkünden. Auch wir sind aufgefordert, unsere Netze in die Zeit einzutauchen, in der wir leben, mit allen zu sprechen, das Evangelium verständlich zu machen, auch wenn wir dabei riskieren, in einige Stürme zu geraten. Wie die jungen Menschen, die aus der ganzen Welt hierherkommen, um die riesigen Wellen herauszufordern, fahren auch wir ohne Angst aufs Meer hinaus; fürchten wir uns nicht, uns dem offenen Meer zu stellen, denn inmitten des Sturms und der Gegenwinde kommt Jesus, kommt uns entgegen und sagt: „Habt Vertrauen, ich bin es; fürchtet euch nicht!“ (Mt 14,27). Wie oft haben wir diese Erfahrung schon gemacht? Jeder von uns gibt sich selbst die Antwort. Und wenn wir es noch nicht erlebt haben, dann deshalb, weil während des Sturms etwas schief gelaufen ist.

Eine zweite Entscheidung: gemeinsam die Seelsorge voranbringen, alle gemeinsam. Im Text betraut Jesus Petrus mit der Aufgabe, aufs Meer hinauszufahren, aber dann spricht er im Plural und sagt »werft eure Netze […] aus« (Lk 5,4): Petrus steuert das Boot, aber alle sind mit im Boot und alle sind aufgerufen, die Netze herabzusenken. Alle. Und als sie eine große Menge Fische fangen, denken sie nicht, dass sie es allein schaffen könnten, sie behandeln das Geschenk nicht als Besitz und Privateigentum, sondern, so heißt es im Evangelium, »sie gaben ihren Gefährten im anderen Boot ein Zeichen, sie sollten kommen und ihnen helfen« (Lk 5,7). Und so füllten sie zwei Boote mit Fischen. Eins bedeutet Einsamkeit, Abschottung, Anspruch auf Selbstgenügsamkeit, zwei hingegen bedeutet Beziehung. Die Kirche ist synodal, sie ist Gemeinschaft, gegenseitige Hilfe, gemeinsames Unterwegssein. Darauf zielt die derzeitige Synode ab, die im kommenden Oktober zum ersten Mal zusammentreten wird. Auf dem Schiff der Kirche muss Platz für alle sein: Alle Getauften sind aufgerufen, einzusteigen, die Netze auszuwerfen und sich persönlich für die Verkündigung des Evangeliums einzusetzen. Und vergesst dieses Wort nicht: alle, alle, alle. Es berührt mein Herz sehr, wenn ich sagen muss wie man apostolische Perspektiven öffnet, diese Passage aus dem Evangelium, in der sie nicht zum Hochzeitsmahl des Sohnes gehen und alles bereitet ist. Und was sagt der Herr, der Herr des Festes, was sagt er? „Geht an die Enden und bringt alle, alle, alle, alle: Gesunde, Kranke, Junge und Alte, Gute und Sünder. Alle.“ Möge die Kirche kein Zollhaus sein, das auswählt, wer hineingeht und wer nicht. Alle, jeder mit seinem Leben auf den Schultern, mit seinen Sünden, aber so wie er ist, vor Gott, wie er ist, vor dem Leben... Alle. Alle. Lasst uns keine Zölle in der Kirche einführen. Alle. Und das ist eine große Herausforderung, vor allem in den Umständen, in denen Priester und Gottgeweihte ermüdet sind, weil sie immer weniger werden, während die pastoralen Erfordernisse steigen. Wir können diese Situation jedoch als Chance betrachten, die Laien mit geschwisterlichem Elan und gesunder pastoraler Kreativität einzubinden. Die Netze der ersten Jünger werden dann zu einem Bild der Kirche, die ein „Beziehungsnetz“ menschlicher, geistlicher und pastoraler Art ist. Wenn es keinen Dialog gibt, keine Mitverantwortung, wenn es keine Beteiligung gibt, altert die Kirche. Ich möchte es so ausdrücken: Ein Bischof darf nie ohne sein Presbyterium und das Volk Gottes sein; ein Priester darf nie ohne seine Mitbrüder sein; und alle zusammen, Priester, Ordensleute und gläubige Laien dürfen als Kirche nie ohne die anderen, nie ohne die Welt leben. Ohne Weltlichkeit, das ja, aber nicht ohne die Welt. In der Kirche helfen wir einander, wir unterstützen uns gegenseitig und wir sind aufgerufen, auch nach außen hin ein konstruktives Klima der Geschwisterlichkeit zu verbreiten. So schreibt der heilige Petrus, dass wir die lebendigen Steine sind, die für den Aufbau eines geistigen Hauses verwendet werden (vgl. 1 Petr 2,5). Ich möchte hinzufügen: Ihr portugiesischen Gläubigen seid auch eine „calçada“, ihr seid die kostbaren Steine jenes einladenden und glänzenden Fußbodens, auf dem das Evangelium wandeln muss: Kein einziger Stein darf fehlen, sonst fällt es sofort auf. Dies ist die Kirche, die wir mit Gottes Hilfe aufzubauen gerufen sind!

Schließlich die dritte Entscheidung: zu Menschenfischern werden. Habt keine Angst. Das ist kein Proselytismus, sondern das Evangelium zu verkünden, das herausfordert. In diesem schönen Bild von Jesus, Menschenfischer zu sein, betraut Jesus die Jünger mit der Sendung, auf das Meer der Welt hinauszufahren. In der Heiligen Schrift wird das Meer oft mit dem Ort des Bösen und der feindlichen Mächte assoziiert, welche die Menschen nicht beherrschen können. Menschen zu fischen und aus dem Wasser zu ziehen bedeutet daher, ihnen zu helfen, sich wieder aus dem zu erheben, worin sie versunken sind, sie von dem Bösen zu erretten, das sie zu ertränken droht, und sie aus jeglicher Form des Todes zu erwecken. Aber ohne Proselytismus, sondern mit Liebe. Und eines der Anzeichen für kirchliche Bewegungen, die in die falsche Richtung gehen, ist der Proselytismus. Wenn eine kirchliche Bewegung oder eine Diözese oder ein Bischof oder ein Priester oder eine Ordensschwester oder ein Laie Proselytismus betreibt, ist das nicht christlich. Christlich ist einzuladen, willkommen zu heißen, zu helfen, aber ohne Proselytismus. Das Evangelium ist nämlich eine Verkündigung des Lebens im Meer des Todes, der Freiheit in den Strudeln der Sklaverei, des Lichts im Abgrund der Finsternis. Wie der heilige Ambrosius sagt: »Und mit Recht gleicht das Rüstzeug der Apostel einem Fischnetz: es tötet die gefangenen Fischlein nicht, sondern hält sie fest und zieht sie aus dem Grund ans Licht« (Exp. Luc. IV, 68-79). Es gibt so viel Dunkelheit in der heutigen Gesellschaft, auch hier in Portugal, überall. Wir haben das Gefühl, dass es an Begeisterung mangelt, an Mut zum Träumen, an Kraft, sich den Herausforderungen zu stellen, an Vertrauen in die Zukunft. Und währenddessen befahren wir Wasser der Ungewissheit, der Unsicherheit, insbesondere wirtschaftlich, der Armut an sozialer Freundschaft, des Mangels an Hoffnung. Wir als Kirche sind mit der Aufgabe betraut, uns in die Gewässer dieses Meeres zu begeben und das Netz des Evangeliums auszuwerfen, ohne dass wir dabei mit dem Finger auf andere zeigen, ohne anzuklagen, sondern indem wir den Menschen unserer Zeit einen Lebensentwurf bringen, nämlich den von Jesus: die Aufnahmebereitschaft des Evangeliums, die Einladung zum Fest in eine multikulturelle Gesellschaft bringen; die Nähe des Vaters in Situationen der wirtschaftlichen Unsicherheit, der Armut hineintragen, die vor allem unter den jungen Menschen zunehmen; die Liebe Christi dorthin bringen, wo die Familie zerbrechlich ist und die Beziehungen verletzt sind; die Freude des Geistes dort vermitteln, wo Entmutigung und Fatalismus herrschen. Einer eurer Schriftsteller schrieb: »Um in der Unendlichkeit anzukommen, und ich glaube, dass wir dorthin gelangen können, brauchen wir einen Hafen, nur einen einzigen, einen sicheren, um von dort aus ins Unbestimmte aufzubrechen« (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lissabon 1998, 247). Träumen wir von der Kirche in Portugal als „sicherem Hafen“ für alle, die sich den Überfahrten, Schiffbrüchen und Stürmen des Lebens stellen!

Liebe Brüder und Schwestern: an alle, Laien, Ordensmänner und -frauen, Priester, Bischöfe, an alle, an alle: Habt keine Angst, werft eure Netze aus. Lebt nicht mit dem Vorwurf "dies ist Sünde", dies ist keine Sünde. Es mögen alle kommen, später werden wir reden, aber zuerst sollen sie die Einladung Jesu spüren, dann kommt die Reue, dann kommt die Nähe Jesu. Bitte verwandelt die Kirche nicht in ein Zollhaus: Hier geht man hinein, die Gerechten, diejenigen, bei denen alles in Ordnung ist, diejenigen, die ordentlich verheiratet sind, und dort draußen alle anderen. Nein. Die Kirche ist nicht dies. Gerechte und Sünder, gute und schlechte Menschen, alle, alle, alle. Und dann, möge der Herr uns helfen, diese Angelegenheit zu regeln. Aber alle. Ich danke euch von Herzen, Brüder und Schwestern, für das Zuhören – das vielleicht langweilig war –, ich danke euch für alles, was ihr tut, für das Beispiel, vor allem das versteckte Beispiel, und für die Beständigkeit, dieses jeden Tag aufzustehen, um neu anzufangen oder mit dem Begonnenen fortzufahren. Wie ihr sagt: Muito obrigado! Für das, was ihr tut... Und ich vertraue euch Unserer Lieben Frau von Fatima, der Obhut des Engels von Portugal und dem Schutz eurer großen Heiligen an, insbesondere hier in Lissabon dem heiligen Antonius, dem unermüdlichen Apostel – den sich die Paduaner geholt haben –, dem inspirierten Prediger, dem Jünger des Evangeliums, der die gesellschaftlichen Übel aufmerksam wahrgenommen hat und voller Mitgefühl für die Armen war: Möge der heilige Antonius für euch Fürsprache einlegen und euch die Freude über einen neuen wunderbaren Fischfang schenken. Später werdet ihr mir es sagen. Und vergesst bitte nicht, für mich zu beten. Danke.

[01185-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua polacca

Drodzy Bracia Biskupi,

drodzy kapłani i diakoni, osoby konsekrowane i seminarzyści,

drodzy posługujący w duszpasterstwie bracia i siostry,

dobry wieczór!

Cieszę się, że mogę być pośród was, żeby przeżywać razem z wieloma młodymi Światowe Dni Młodzieży, ale także dzielić waszą drogę kościelną, wasze trudy i wasze nadzieje. Dziękuję księdzu biskupowi José Ornelas Carvalho za skierowane do mnie słowa. Pragnę modlić się z wami, abyśmy, jak powiedział, stali się wraz z młodymi odważni w przyjęciu „Bożego marzenia i w znalezieniu dróg radosnego, wielkodusznego i przemieniającego uczestnictwa, dla Kościoła i dla ludzkości”. I to nie żart, to jest program.

Zanurzyłem się w pięknie waszego kraju, ziemi przejścia między przeszłością a przyszłością, miejsca starożytnych tradycji i wielkich przemian, upiększonego bujnymi dolinami, złotymi plażami z widokiem na bezgraniczne piękno oceanu, stanowiącego wybrzeże Portugalii. To prowadzi mnie do pierwszego powołania uczniów, których Jezus wezwał nad brzegiem Jeziora Galilejskiego. Chciałbym zatrzymać się nad tym powołaniem, które podkreśla to, co właśnie usłyszeliśmy w krótkim czytaniu Nieszporów: Pan nas zbawił, powołał nie na podstawie naszych czynów, ale według swojej łaski (por. 2 Tm 1, 9). Tak było w życiu pierwszych uczniów, kiedy Jezus, przechodząc, „zobaczył dwie łodzie, stojące przy brzegu; rybacy zaś wyszli z nich i płukali sieci” (Łk 5, 2). Następnie Jezus wsiadł do łodzi Szymona i po wygłoszeniu mowy do tłumów zmienił życie tych rybaków, zapraszając ich do wypłynięcia na głębię i zarzucenia sieci. Od razu zauważamy kontrast: z jednej strony rybacy wychodzą z łodzi, aby wypłukać sieci, to znaczy żeby je oczyścić, zakonserwować i wrócić do domu; z drugiej strony Jezus wsiada do łodzi i zaprasza ich do ponownego zarzucenia sieci na połów. Widać różnice: uczniowie schodzą, Jezus wchodzi; oni chcą zabezpieczyć sieci, On chce, żeby ponownie zarzucono je w morze, aby łowić ryby.

Przede wszystkim są rybacy, którzy wychodzą z łodzi, aby wypłukać sieci. Jest to scena rozpościerająca się przed oczami Jezusa, który zatrzymuje się właśnie tam. Niedawno zaczął przepowiadać w synagodze w Nazarecie, ale Jego rodacy wypędzili Go z miasta, a nawet próbowali zabić (por. Łk 4, 28-30). Opuszcza więc święte miejsce i zaczyna głosić słowo pośród ludzi, na ulicach, gdzie kobiety i mężczyźni Jego czasów pracują każdego dnia. Chrystus pragnie przynieść bliskość Boga właśnie w miejsca i sytuacje, w których ludzie żyją, zmagają się, żywią nadzieję, czasami ściskając w dłoniach porażki i niepowodzenia, tak jak ci rybacy, którzy w nocy nic nie ułowili. Jezus patrzy z czułością na Szymona i jego towarzyszy, którzy zmęczeni i rozgoryczeni płuczą sieci, wykonując gest powtarzalny, automatyczny, ale także znużony i zrezygnowany: nie pozostało im nic innego, jak powrócić do domu z pustymi rękami.

Czasami, na naszej kościelnej drodze, możemy doświadczyć podobnego znużenia. Znużenie. Ktoś powiedział: „Obawiam się znużenia dobrych”. Znużenia, gdy wydaje nam się, że trzymamy w rękach jedynie puste sieci. Jest to uczucie dość powszechne w krajach o starożytnej tradycji chrześcijańskiej, przechodzących wiele przemian społecznych i kulturowych i coraz bardziej naznaczonych sekularyzmem, obojętnością wobec Boga, z coraz większym oderwaniem od praktyki wiary. I tutaj pojawia się niebezpieczeństwo, że wkroczy światowość. Do tego często dochodzi rozczarowanie i złość, jaką niektórzy odczuwają wobec Kościoła, czasami z powodu naszego złego świadectwa i skandali, które oszpeciły jego oblicze i które wymagają pokornego i ciągłego oczyszczania, wychodząc od krzyku cierpienia ofiar, który zawsze musi być przyjęty i wysłuchany. Ale ryzyko, kiedy czujemy się zrezygnowani – i niech każdy z was pomyśli, w którym momencie poczuł zniechęcenie – polega na wyjściu z łodzi, zaplątaniu się w sieci rezygnacji i pesymizmu. Natomiast ufamy, że Jezus nadal bierze swoją umiłowaną Oblubienicę za rękę i ją podnosi. Zanieśmy Panu nasze trudy i łzy, aby następnie stawić czoła sytuacjom duszpasterskim i duchowym, stając wobec nich z otwartością serca i wspólnie doświadczając pewnej nowej drogi, którą trzeba pójść. Kiedy jesteśmy zniechęceni, mniej lub bardziej świadomie, „wycofujemy się” z apostolskiej gorliwości, tracimy ją i zamieniamy się w funkcjonariuszy sacrum. To bardzo smutne, gdy osoba, która poświęciła swoje życie Bogu, zamienia się w funkcjonariusza, zwykłego administratora rzeczy. To bardzo smutne.

Istotnie, skoro tylko apostołowie schodzą na dół, aby umyć używane narzędzia, Jezus wsiada do łodzi i następnie zaprasza do ponownego zarzucenia sieci. W momencie zniechęcenia, „wycofywania się”, pozwólmy aby Jezus ponownie wsiadł do łodzi, z nadzieją pierwszych dni, tą nadzieją, która powinna zostać ożywiona na nowo, odzyskana, przeredagowana. Przychodzi szukać nas w naszej samotności i w naszych kryzysach, aby pomóc nam zacząć od nowa. Duchowość rozpoczynania od nowa. Nie lękajcie się. Takie właśnie jest życie: upadać i rozpoczynać od nowa, nużyć się i na nowo przyjmować radość. Przyjąć dłoń od Jezusa. Również dzisiaj przechodzi On nad brzegiem egzystencji, aby obudzić w nas nadzieję i powiedzieć nam, tak jak Szymonowi i innym: „Wypłyń na głębię i zarzućcie sieci na połów” (Łk 5, 4). A kiedy traci się nadzieję, nachodzą nas tysiące usprawiedliwień, aby nie zarzucać sieci; ale przede wszystkim ta gorzka rezygnacja, która jest jak robak, który niszczy duszę. Bracia i siostry, to, co przeżywamy, jest z pewnością okresem trudnym – wiemy to, ale Pan pyta dziś ten Kościół: „Czy chcesz wyjść z łodzi i pogrążyć się w rozczarowaniu, czy też chcesz pozwolić, bym wszedł i aby nowość Mojego słowa ponownie przejęła ster? Czy ty kapłanie, osobo konsekrowana, biskupie chcesz jedynie zatrzymać przeszłość, którą masz za sobą, czy też chcesz entuzjastycznie ponownie zarzucić sieci na połów?”. O to właśnie prosi nas Pan: o rozbudzenie niepokoju dla Ewangelii.

Kiedy przyzwyczajamy się i stajemy się znudzeni, a misja zamienia się w rodzaj „zatrudnienia”, to nadszedł czas, aby dać miejsce drugiemu wezwaniu Jezusa, który wzywa nas na nowo, zawsze. Wzywa nas, abyśmy szli, wzywa nas, abyśmy znów szli. Nie lękajcie się tego drugiego wezwania Jezusa. To nie jest iluzja, to On puka do drzwi. I możemy powiedzieć, że jest to „dobry” niepokój, kiedy pozwalamy się pociągnąć drugiemu wezwaniu Jezusa, temu dobremu niepokojowi, jaki bezmiar oceanu przekazuje wam, Portugalczykom: wyjść na przeciwległy brzeg nie po to, by podbić świat – a nie łowić dorsza – ale by ożywić go pociechą i radością Ewangelii. W tej perspektywie można odczytać słowa jednego z waszych wielkich misjonarzy, ojca António Vieiry, nazywanego „Paiaçu”, wielkiego ojca: mawiał, że Bóg dał wam małą ziemię na narodziny, lecz sprawiając, byście patrzyli na ocean, dał wam cały świat, żeby umrzeć: „Niewiele ziemi, by się narodzić; aby umrzeć całą ziemię: aby się urodzić, Portugalię; żeby umrzeć, świat” (A. Vieira, Omelie, Vol. III, Tomo VII, Porto 1959, p. 69). Jesteśmy powołani do tego, żeby ponownie zarzucić sieci i ogarnąć świat nadzieją Ewangelii. Nie jest to czas, by się zatrzymać, nie jest to czas, by zrezygnować, nie jest to czas, by zacumować łódź na brzegu lub spoglądać wstecz; nie możemy uciekać od tego czasu, bo nas przeraża i schronić się w formach i stylach z przeszłości. Nie, to jest czas łaski, który daje nam Pan, abyśmy wypłynęli na morze ewangelizacji i misji.

Jednakże, aby to uczynić, musimy także podejmować decyzje. Chciałbym wskazać trzy decyzje, inspirowane Ewangelią.

Po pierwsze, wypłynąć na głębię. Wielkoduszność. Nie bądźcie małoduszni! Wypłyńcie na głębię, aby ponownie zarzucić sieci na morze, musimy opuścić brzeg rozczarowań i stagnacji, zdystansować się od tego słodkiego smutku i ironicznego cynizmu, które czasami atakują nas w obliczu trudności. Słodki smutek, ironiczny cynizm. Zróbmy rachunek sumienia w tej sprawie. Trzeba odzyskać nadzieję, ale nadzieję w drugim wydaniu, nadzieję dojrzałą, nadzieję, która przychodzi po porażce lub znużeniu. Nie łatwo odzyskać nadzieję dojrzałą. Jest to konieczne, aby przejść od defetyzmu do wiary, jak Szymon, który chociaż na próżno trudził się całą noc mówi: „na Twoje słowo zarzucę sieci” (Łk 5, 5). Aby jednak codziennie zaufać Panu i Jego słowu, nie wystarczą słowa, potrzeba wiele modlitwy. I tutaj chciałbym zadać wam pytanie, ale niech każdy odpowie sobie sam: jak się modlę? Jak papuga, bla, bla, bla, czy robiąc sobie sjestę przed tabernakulum, bo nie wiem, jak rozmawiać z Panem? Czy modlę się? Jak się modlę? Tylko w adoracji, tylko przed Panem człowiek odkrywa na nowo smak i pasję ewangelizacji. To ciekawe: zatraciliśmy modlitwę adoracji; i wszyscy, kapłani, biskupi, osoby konsekrowane, muszą ją odzyskać: trwać w milczeniu przed Panem. Matka Teresa, zaangażowana w tak wiele rzeczy w życiu, nigdy nie zaniedbała adoracji, nawet w chwilach, gdy jej wiara się zachwiała i zastanawiała się, czy to wszystko jest prawdą, czy też nie. Chwile ciemności, przez które przechodziła również Tereska od Dzieciątka Jezus. Wtedy, na modlitwie, przezwycięża się pokusę „duszpasterstwa nostalgii i żalów”. W jednym z klasztorów była zakonnica – to się wydarzyło naprawdę – która narzekała na wszystko i nie wiem, jak się nazywała, ale zakonnice zmieniły jej imię i nazwały ją „siostra lamentacja”. Jakże często zamieniamy naszą niemoc, nasze rozczarowania w narzekanie! A porzucając te narzekania, ponownie odzyskujemy siłę, by wypłynąć na głębię, bez ideologii, bez światowości. Światowości duchowej, która wchodzi do nas i z której rodzi się klerykalizm. Klerykalizm nie tylko księży: sklerykalizowani świeccy są gorsi od księży. Klerykalizm, który nas rujnuje. I, jak mawiał wielki mistrz duchowy, ta duchowa światowość – która powoduje klerykalizm – jest jednym z największych nieszczęść, jakie może spotkać Kościół. Trzeba przezwyciężyć te trudności bez ideologii, bez światowości, będąc ożywionymi jednym pragnieniem: aby Ewangelia dotarła do wszystkich. Macie wiele wzorów na tej drodze, a ponieważ jesteśmy zanurzeni wśród młodych, chciałbym przypomnieć młodego człowieka z Lizbony, świętego Jana z Brito, był chłopakiem stąd, który przed wiekami, pośród bardzo wielu trudności wyruszył do Indii i zaczął mówić i ubierać się tak samo jak ci, których spotkał, żeby głosić Jezusa. My również jesteśmy wezwani do zanurzenia naszych sieci w czasach, w których żyjemy, do dialogu ze wszystkimi, do uczynienia Ewangelii zrozumiałą, nawet jeśli, aby to czynić narażamy się na jakieś burze. Podobnie jak ludzie młodzi, którzy przybywają tu z całego świata, aby zmierzyć się z ogromnymi falami, my również wypływamy w morze bez lęku; nie bójmy się stawić czoła otwartemu morzu, ponieważ pośród burzy i przeciwnych wiatrów przychodzi Jezus, wychodząc nam na spotkanie, który mówi „Odwagi! To Ja jestem, nie bójcie się!” (Mt 14, 27). Ileż razy mieliśmy takie doświadczenie? Niech każdy odpowie sobie sam. A jeśli tego nie zrobiliśmy, to dlatego, że coś poszło nie tak podczas burzy.

Drugi wybór: wspólne prowadzenie duszpasterstwa, wszyscy razem. W tekście, Jezus powierza Piotrowi zadanie wypłynięcia w morze, ale potem mówi w liczbie mnogiej, powiadając „zarzućcie sieci” (Łk 5, 4): Piotr prowadzi łódź, ale wszyscy są w łodzi i wszyscy są wezwani do zarzucenia sieci. Wszyscy. A kiedy złowili dużą ilość ryb, nie myśleli, że mogą to uczynić sami, nie traktowali daru jako dobra i własności prywatnej, ale, jak mówi Ewangelia, „skinęli na wspólników w drugiej łodzi, żeby im przyszli z pomocą” (Łk 5, 7). W ten sposób napełnili rybami dwie łodzie. Jedna oznacza samotność, zamknięcie, roszczenie do samowystarczalności, dwie oznaczają relację. Kościół jest synodalny, jest komunią, wzajemną pomocą, wspólną drogą. Taki jest cel trwającego obecnie Synodu, którego pierwsze zgromadzenie odbędzie się w październiku. W łodzi Kościoła musi być przestrzeń dla wszystkich: wszyscy ochrzczeni są wezwani do wejścia do łodzi i zarzucenia sieci, angażując się osobiście w głoszenie Ewangelii. I nie zapominajmy o tym słowie: wszyscy, wszyscy, wszyscy. Jestem doprawdy poruszony, kiedy mam powiedzieć, jak otworzyć perspektywy apostolskie, ów fragment Ewangelii, w którym ludzie nie idą na ucztę weselną syna, a wszystko jest przygotowane. I co mówi gospodarz, gospodarz uczty? „Idźcie na rozstaje dróg i przyprowadźcie wszystkich, wszystkich, wszystkich: zdrowych, chorych, małych i wielkich, dobrych i grzeszników. Wszystkich”. Niech Kościół nie będzie komorą celną, aby wybierać, kto wchodzi, a kto nie. Wszyscy, każdy, każdy ze swoim życiem na ramionach, ze swoimi grzechami, taki, jaki jest, przed Bogiem, taki, jaki jest wobec życia... Wszyscy, wszyscy. Nie wprowadzajmy w Kościele komór celnych. Wszyscy. Jest to wielkie wyzwanie, zwłaszcza w sytuacjach, w których kapłani i osoby konsekrowane są znużeni, ponieważ podczas gdy rosną potrzeby duszpasterskie, jest ich coraz mniej. Możemy jednak spojrzeć na tę sytuację jako na okazję do angażowania świeckich z braterskim entuzjazmem i zdrową kreatywnością duszpasterską. Sieci pierwszych uczniów stają się zatem obrazem Kościoła, który jest ludzką, duchową i duszpasterską „siecią relacji”. Jeśli nie ma dialogu, współodpowiedzialności, jeśli nie ma uczestnictwa, Kościół się starzeje. Ująłbym to tak: nigdy biskup bez swojego prezbiterium i Ludu Bożego; nigdy kapłan bez współbraci; i wszyscy razem – kapłani, zakonnice i zakonnicy oraz wierni świeccy – jako Kościół, nigdy bez innych, nigdy bez świata. Bez światowości, ale nie bez świata. W Kościele pomagamy sobie nawzajem, wspieramy się i jesteśmy wezwani do szerzenia konstruktywnego klimatu braterstwa także na zewnątrz. Z drugiej strony, św. Piotr pisze, że jesteśmy żywymi kamieniami używanymi do wznoszenia duchowej świątyni (por. 1 P 2, 5). Chciałbym dodać: wy, portugalscy wierni, jesteście również „calçada”, jesteście drogocennymi kamieniami tej przyjaznej i wspaniałej posadzki, po której musi kroczyć Ewangelia: nie może zabraknąć ani jednego kamienia, w przeciwnym razie będzie to natychmiast zauważalne. Oto jest Kościół, do budowania którego, z Bożą pomocą, jesteśmy powołani!

Wreszcie trzecia decyzja: stawać się rybakami ludzi. Nie lękajcie się. To nie jest prozelityzm, to głoszenie Ewangelii, która rzuca wyzwanie. W tym pięknym obrazie Jezusa bądźcie rybakami ludzi, Jezus powierza uczniom misję wypłynięcia na głębię morza świata. Często w Piśmie świętym morze kojarzy się z miejscem zła i mocy przeciwnych, których ludzie nie są w stanie opanować. Dlatego łowienie ludzi i wyciąganie ich z wody oznacza pomaganie im w wynurzaniu się z miejsca, w którym zatonęli, ratowanie ich przed złem, które grozi im utonięciem, wskrzeszanie ich z wszelkich form śmierci. Jednak bez prozelityzmu, ale z miłością. Jednym ze znaków, że niektóre ruchy kościelne idą w złym kierunku, jest prozelityzm. Kiedy ruch kościelny, diecezja, biskup, ksiądz, zakonnica lub osoba świecka uprawia prozelityzm, nie jest to chrześcijańskie. Chrześcijańskie jest zapraszanie, przyjmowanie, pomaganie, ale bez prozelityzmu. Ewangelia jest bowiem głoszeniem życia w morzu śmierci, wolności w wirze niewoli, światła w otchłani ciemności. Św. Ambroży stwierdza, że „Słusznie przyrządem apostolskim są sieci. One schwytanych nie gubią, lecz zachowują i z głębi na światło wyciągają; chwiejnych z głębiny wzwyż ciągną” (Wykład Ewangelii św. Łukasza, IV, 72, tłum. o. Władysław Szołdrski, ATK Warszawa, 1977, s. 160 n.) W dzisiejszym społeczeństwie jest bardzo wiele ciemności, także tutaj, w Portugalii, wszędzie. Mamy wrażenie, że zabrakło entuzjazmu, odwagi, by marzyć, siły, by stawić czoła wyzwaniom, zaufania w przyszłość; a tymczasem poruszamy się w niepewności, w niedostatku zwłaszcza ekonomicznym, w ubóstwie przyjaźni społecznej, w braku nadziei. Nam, jako Kościołowi, powierzono zadanie zanurzenia się w wodach tego morza, zarzucając sieć Ewangelii, bez wytykania palcami, nie oskarżając, ale niosąc ludziom naszych czasów propozycję życia, życia Jezusa: zaniesienia akceptacji Ewangelii, zapraszając ich na ucztę, w społeczeństwo wielokulturowe; zaniesienia bliskości Ojca w sytuacje niepewności i ubóstwa, które narastają, zwłaszcza wśród młodych; zaniesienie miłości Chrystusa tam, gdzie rodzina jest krucha, a relacje zranione; przekazanie radości Ducha tam, gdzie panuje demoralizacja i fatalizm. Jeden z waszych pisarzy napisał: „By dotrzeć do nieskończoności, a wierzę, że możemy tam dotrzeć, potrzebujemy portu, tylko jednego, bezpiecznego, a stamtąd wyruszyć ku Nieokreślonemu” (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). Marzmy o portugalskim Kościele jako „bezpiecznym porcie” dla każdego, kto stoi w obliczu przepraw, katastrof i burz życiowych!

Drodzy bracia i siostry: wszyscy, świeccy, zakonnicy, zakonnice, kapłani, biskupi, wszyscy, wszyscy, nie lękajcie się, zarzućcie sieci. Nie żyjcie oskarżając: „to jest grzech, a to nie jest grzechem”. Niech przyjdą wszyscy, a potem powiemy, ale niech najpierw usłyszą zaproszenie Jezusa, następnie przyjdzie skrucha, a potem bliskość Jezusa. Proszę, nie czyńcie z Kościoła komory celnej: tu wchodzą sprawiedliwi, ci, którzy są w porządku, którzy dobrze zawarli związek małżeński, a tam wszyscy inni. Nie. Kościół nie jest taki. Sprawiedliwi i grzesznicy, dobrzy i źli, wszyscy, wszyscy, wszyscy. A potem, niech Pan pomoże nam rozwiązać problem. Ale wszyscy. Dziękuję wam z całego serca, bracia i siostry, za to wysłuchanie, tego, co było nudne. Dziękuję wam za to, co robicie, za przykład. Zwłaszcza za ukryty przykład i za wytrwałość, wstawanie każdego dnia, aby zacząć od nowa lub kontynuować to, co zostało rozpoczęte. Jak to się mówi: Muito obrigado! Za to, co robicie…I zawierzam was Matce Bożej Fatimskiej, opiece Anioła Portugalii i wstawiennictwu waszych wielkich świętych, zwłaszcza tu, w Lizbonie, św. Antoniego, niestrudzonego apostoła, którego sobie przywłaszczyli mieszkańcy Padwy, natchnionego kaznodziei, ucznia Ewangelii, uważnego na bolączki społeczeństwa i pełnego współczucia dla ubogich: niech św. Antoni wstawia się za wami i obdarzy was radością nowego cudownego połowu. Potem mi o tym opowiecie. I proszę, nie zapominajcie modlić się za mnie. Dziękuję!

[01185-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua araba

الزيارة الرّسوليّة إلى البرتغال

في مناسبة اليوم العالمي للشّبيبة

عظة قداسة البابا فرنسيس

في صلاة الغروب مع الأساقفة والكهنة والشّمامسة والمكرّسين والمكرّسات والإكليركيّين والعاملين الرّعويّين

في ”دير هيرونموس“ - لشبونة

الأربعاء 2 آب/أغسطس 2023

الإخوة الأساقفة الأعزّاء،

الكهنة والشّمامسة والمكرّسون والمكرّسات والإكليريكيّون الأعزّاء،

العاملون الرّعويّون، والإخوة والأخوات الأعزّاء، مساء الخير!

يسعدني أن أكون بينكم لنعيش معًا يوم الشّبيبة العالميّ مع الشّباب الكثيرين، ولنشارككم أيضًا في مسيرتكم الكنسيّة وجهودكم وآمالكم. أشكر المطران خوسيه أورنيلاس كارفالو على الكلمات التي وجّهها إليّ. أودّ أن أصلّي معكم حتّى نتمكّن، كما قال، من أن نصير، مع الشّباب، جريئين في التّرحيب ”بـحلم الله وفي إيجاد طرق للمشاركة السّعيدة والسّخية والتي تغيّر الكنيسة والإنسانيّة“. وهذه ليست مَزحَة، بل هو برنامج.

غَمَرني جمال بلدكم، أرض العبور بين الماضي والمستقبل، ومكان التّقاليد القدّيمة والتّغيرات الكبيرة، تزيّنه الوديان النّضرة والشّواطئ الذّهبيّة المطلّة على جمال المحيط اللامحدود، الذي يحدّ البرتغال. يُعيدني هذا إلى البيئة التي كانت فيها دعوة التّلاميذ الأوائل، الذين دعاهم يسوع على شاطئ بحر الجليل. أودّ أن أتوقّف عند هذه الدّعوة التي توضّح ما سمعناه قبل قليل في القراءة القصيرة من صلاة الغروب: خلّصنا الرّبّ يسوع ودعانا، ليس بِالنَّظَرِ إِلى أعمالنا، بل وَفْقًا لنعمته (راجع 2 طيموتاوس 1، 9). حدث هذا في حياة التّلاميذ الأوّلين عندما رأى يسوع، وهو يتجوَّل، "سَفينَتَينِ راسِيَتَينِ عِندَ الشَّاطِئ، وقد نَزَلَ مِنهُما الصَّيَّادونَ يَغسِلونَ الشِّباك" (لوقا 5، 2). إذّاك صعد يسوع على سفينة سمعان، وبعد أن تحدّث إلى الجموع، غيّر حياة هؤلاء الصّيّادين ودعاهم ليسيروا في عُرْض البحر ويُلقُوا شباكهم. نلاحظ على الفور تباينًا: من ناحيّة، نزل الصّيّادون من السّفينة ليغسلوا شباكهم، أيّ لتنظيفها وحفظها جيّدًا، والعودة إلى البيت. ومن ناحيّة أخرى، صعد يسوع إلى السّفينة ودعاهم إلى أن يُلقُوا شِباكَهم مرّة أخرى لِلصَّيد. الاختلافات ظاهرة: نزل التّلاميذ وصعد يسوع. هم يريدون أن يَطوُوا الشّباك، وهو يريد أن يُلقُوا الشّباك من جديد في البحر لِلصّيد.

أوّلًا، هناك صيّادون نزلوا من السّفينة ليغسلوا الشّباك. هذا هو المشهد أمام عينيّ يسوع. وقد توقّف يسوع هناك. كان قد بدأ كرازته قبل قليل في مَجْمَع النّاصرة، لكن أهل بلده قادوه خارج المدينة وحاولوا حتّى قتله (راجع لوقا 4، 28-30). لذلك خرج من المكان المقدّس وبدأ يعظ الكلمة بين النّاس، وفي الشّوارع حيث كان يجتهد رجال ونساء عصره في حياة وكفاح كلّ يوم. اهتمّ المسيح بأن يجعل الله قريبًا بين النّاس في الأماكن والحالات التي يعيش فيها الناس ويكافحون ويأملون، وأحيانًا يحملون بين أيديهم الإخفاقات والفشل، تمامًا مثل أولئك الصّيّادين الذين لم يصطادوا شيئًا طوالَ الليل. نظر يسوع بحنان إلى سمعان ورفاقه الذين كانوا يغسلون شباكهم، يقومون بعملهم ويكرّرونه مرّة بعد مرّة، مستسلِمين، منهكِين، متعبِين تملأهم المرارة: لم يبقَ لهم إلّا أن يعودوا إلى البيت بأيدٍ فارغة.

أحيانًا، في مسيرتنا الكنسيّة، يمكن أن نشعر بتعب مماثل. تعب. قالَ أحدهم: ”أخافُ من تَعبِ الصّالحين“. تعبٌ يبدو لنا أنّنا نحمل في أيدينا شباكًا فارغة فقط. إنّه شعور منتشر إلى حدّ ما في البلدان ذات التّقاليد المسيحيّة القديمة، والتي شملتها التّغيرات الاجتماعيّة والثقافيّة العديدة، واتَّسَمت بشكل متزايد بالعلمانيّة، واللامبالاة تجاه الله، والابتعاد المتزايد عن ممارسة الإيمان – وهنا يوجد خطر أن تَدخل روح العالم -. وقد يتفاقم الأمر أحيانًا بسبب الفشل أو الغضب الذي يشعر به البعض تجاه الكنيسة، أحيانًا بسبب شهادتنا السّيئة والشّكوك والعثرات التي شوهّت وجهها، وتدعونا إلى تطهير متواضع ومستمّر، بدءًا من صرخة ألَم الضّحايا، ودائمًا أن نقبلهم ونصغي إليهم. وعندما نشعر بأنّنا مصابون بالإحباط – ليفكّر كلّ واحدٍ منكم في أيّ لحظة شعر بالإحباط -، الخطر هو أن ننزل من السّفينة، ونبقى متمسكين بشباك الاستسلام والتّشاؤم. بدل ذلك، لنكن على ثقة أنّ يسوع سيمدّ يده لنا، وسيسند عروسه الحبيبة [الكنيسة]. لنحمل تعبنا ودموعنا إلى الرّبّ يسوع، لكي نواجه بعد ذلك المواقف الرّعويّة والرّوحيّة، ونواجه بعضنا بعضًا بقلب منفتح، ونختبر معًا بعض الطّرق الجديدة للاستمرار. عندما نشعر بالإحباط، ونحن على علمٍ بذلك بشكلٍ أو بآخر، نضع أنفسنا في حالة ”تقاعد“، تقاعد من الغَيرة الرّسوليّة، ونفقدها ونتحوّل إلى موظّفين في الأمور المقدّسة. إنّه أمرٌ محزن جدًّا عندما يتحوّل الشّخص الذي كرّس حياته لله إلى موظّف، ومجرّد مدبّر للأشياء. إنّه أمرٌ محزن جدًّا.

في الواقع، بمجرد أن نزل الرّسل ليغسلوا الأدوات المستخدمة، صعد يسوع إلى السّفينة ثمّ دعاهم إلى أن يرسلوا الشّباك مرّة أخرى. في لحظة شعورنا بالإحباط، وفي ”تقاعدنا“، لندع يسوع يصعد إلى سفينتنا من جديد، مع رجاءِ الأزمنة الأولى، ذلك الرّجاء الذي يجب إحياؤه من جديد، واستعادته من جديد، وتحريره من جديد. إنّه يبحث عنّا في وحدتنا وفي أزماتنا ليساعدنا على البدء من جديد. روحانيّة البدء من جديد. لا تخافوا. هكذا هي الحياة: نقع ونبدأ من جديد، ونتعب ونتلقّى الفرح من جديد. نتلقّى يد يسوع. واليوم أيضًا يمرّ على شواطئ حياتنا ليوقظ الرّجاء فينا وليقول لنا أيضًا، كما قال لسمعان والآخرين: "سِرْ في العُرْض، وأَرسِلوا شِباكَكُم لِلصَّيد" (لوقا 5، 4). وعندما نفقد الرّجاء، يخطر على بالنا ألف مبرّر كيلا نرسل شباكنا، وخصوصًا ذلك الاستسلام المرّ، الذي يُشبه الدُّودة التي تُفسد الرُّوح. أيّها الإخوة والأخوات، إنّنا نعيش بالتّأكيد في وقت صعب، ونحن نعلم ذلك، لكن الرّبّ يسوع يسأل اليوم هذه الكنيسة: ”هل تريدين أن تنزلي من السّفينة وتغرقي في الفشل، أم تسمحين لي بأن أصعد، فتسمحي مرّة أخرى لكلّ ما هو جديد في كلمتي أن يتسلّم دفة القيادة؟ أنت، الكاهن والمُكرَّس والمُكرَّسة والأسقف، هل تُريد فقط أن تحافظ على الماضيّ الذي عبر أم أن ترسل الشّباك باندفاع للصّيد من جديد؟“ هذا ما يطلبه منّا الرّبّ يسوع: أن نوقظ القلق للإنجيل.

عندما نتعوَّد على أمرٍ ما، ونشعر بالملل وتتحوّل رسالتنا إلى نوع من ”الوظيفة“، تكون قد أتت اللحظة لنعطي مجالًا لدعوة يسوع الثّانية، الذي يدعونا من جديد، دائمًا. يدعونا ليجعلنا نسير، ويدعونا لينعشنا من جديد. لا تخافوا من دعوة يسوع الثّانية هذه. هي ليست وهمًا، بل هو الذي يأتي ويطرق بابنا. ويمكننا أن نقول إنّ هذا هو القلق ”الجيّد“، عندما ندع دعوة يسوع الثّانية تجذبنا، ذلك القلق الجيّد الذي يسلّمه إليكم، أنتم البرتغاليّين، المحيط الفسيح: أن تنطلقوا إلى ما وراء شواطئكم، لا لغزو العالم، بل لتملأوا العالم بعزاء الإنجيل وفرحه. في هذه الرّؤيّة، يمكننا أن نفهم كلمات أحد مُرسَلِيكم الكبار، الأب أنطونيو فييرا، الذي تسَمُّونه ”Paiaçu“، الأب الكبير: قال إنّ الله أعطاكم أرضًا صغيرة لتولدوا فيها، ولكنّكم تواجهون المحيط، أعطاكم العالم كلّه لتموتوا: "لتولدوا، في الأرض الصّغيرة؛ ولتموتوا، في كلّ الأرض: لتولدوا، في البرتغال؛ ولتموتوا، في العالم" (A. Vieira, Omelie, Vol. III, Tomo VII, Porto 1959, p. 69). أرسِلوا الشّباك مرّة أخرى وعانقوا العالم برجاء الإنجيل: إلى هذا دُعينا! ليس الوقت الآن للتّوقف والاستسلام، وإرساء السّفينة على الشاطئ أو النّظر إلى الوراء. يجب ألّا نهرب من هذا الوقت لأنّه يخيفنا، ونلجأ إلى أشكال وأنماط الماضيّ. لا، هذا هو وقت النّعمة الذي يعطينا إياه الرّبّ يسوع لنغامر في بحر البشارة بالإنجيل والرّسالة.

ولكن للقيام بذلك نحتاج أيضًا إلى أن نختار. وأريد أن أشير إليكم إلى ثلاثة أمور نختارها، مستوحاة من الإنجيل.

أوّلًا: سِرْ في العُرْض. الشّهامة. لا تكونوا جُبناء! سِرْ في العُرْض. لنرسل الشّباك مرّة أخرى في البحر، يجب أن نترك شواطئ الفشل والجمود، ونبتعد عن ذلك الحزن العذب وشدّة الألم السّاخرة التي أحيانًا تهاجمنا أمام الصّعوبات. الحزن العذب وشدّة الألم السّاخرة. لنفحص ضميرنا في هذا الشّأن. ولنسترجع الرّجاء، ولكن النّسخة الثّانية من الرّجاء، الرّجاء النّاضج، والرّجاء الذي يأتي بعد الفشل أو التّعب، إذ ليس سهلًا أن نسترجع الرّجاء البالغ. يجب أن نقوم بذلك للانتقال من الانهزاميّة إلى الإيمان، مثل سمعان الذي قال على الرّغم من تعب الليل كلّه عبثًا: "بِناءً على قَولِكَ أُرسِلُ الشِّباكَ" (لوقا 5، 5). ولكن، حتّى نثقّ بالرّبّ يسوع وكلمته كلّ يوم، لا يكفي الكلام، بل من الضّروريّ أن نصلّي، كثيرًا. وهنا أودّ أن أطرح عليكم سؤالاً، وَلْيُجِب عليهِ كلّ واحدٍ منكم في داخله: كيف أُصلّي؟ هل أُصلّي مثل الببّغاء، أم أستريح أمام العُلّيَّة لأنّني لا أعرف كيف أتكلّم مع الرّبّ يسوع؟ هل أُصلّي؟ كيف أُصلّي؟ في السّجود، فقط أمام الرّبّ يسوع نجد الطّعم والحبّ للبشارة بالإنجيل. إنّه مُهِمّ: لقد فقدنا صلاة السّجود، وعلى الجميع، الكهنة والأساقفة والمكرّسين والمكرّسات، أن يسترجعوها: أن يبقوا في صمت أمام الرّبّ يسوع. الأم تيريزا، التي كانت مشغولة في أمورٍ كثيرة في الحياة، لم تُهمِل قط السّجود، ولا حتّى في اللحظات التي فيها تزعزع إيمانها وتساءلت هل كان كلّ شيء صحيحًا أم لا. لحظات الظّلام التي بها مرَّت تيريزا الطّفل يسوع أيضًا. إذًا، في الصّلاة فقط نتغلّب على تجربة تكرار ”العمل الرّعويّ المبني على الحنين إلى الماضيّ والشّكوى“. في أحد الأديرة - وهذا حدث بالفعل – كانت هناك راهبة تتشكّى من كلّ شيء، ولا أعرف ماذا كان اسمها، لكن الرّاهبات غيَّرنَ لها اسمها وسمّوها ”الرّاهبة تَشكّي“. كَم مرَّة نحوِّل عجزنا وخيبات أملنا إلى تشكّي! وعندما نتخلّى عن هذا التشكّي، نستعيد قوّتنا مرّة أخرى لنسير في عرض البحر، بدون أيديولوجيّات، وبدون دنيويّات. الدنيويّة الروحيّة التي تدخل فينا والتي منها تُولد روح التّسلّط الإكليريكيّ. روح التّسلّط الإكليريكيّ ليس فقط للكهنة: فالعلمانيّون الذين عندهم روح التّسلّط الإكليريكيّ هُم أسوأ من الكهنة. روح التّسلّط الإكليريكيّ هذه التي تدمّرنا. وكما قال مرافق روحي كبير، هذه الدنيويّة الرّوحيّة - التي تسبّب روح التّسلّط الإكليريكيّ - هي من أخطر الشّرور التي يمكن أن تحدث للكنيسة. أن نتغلّب على هذه المصاعب بدون أيدولوجيّات وبدون دنيويّات، مدفوعين برغبة واحدة: أن يصل الإنجيل إلى الجميع. لديكم أمثلة كثيرة على هذا الطّريق، وبما أنّنا بين الشّباب، أودّ أن أذكر شابًا من لشبونة، القدّيس جوان دي بريتو، الذي غادر منذ قرون، وسط الصّعوبات العديدة، إلى الهند وبدأ يتكلّم ويلبس مثل الذين كان يلتقي بهم، من أجل التّبشير بيسوع. نحن مدعوّون أيضًا إلى إلقاء شباكنا في الزّمن الذي نعيش فيه، ونحاور الجميع، ونجعل الإنجيل مفهومًا، وحتّى لو غامرنا وتعرّضنا لبعض العواصف. مثل الشّباب الذين يأتون إلى هنا من جميع أنحاء العالم لتحدّي الأمواج العاتية، نذهب نحن أيضًا بعيدًا عن الشّاطئ دون خوف. يجب ألّا نَخَفْ من أن نواجه البحر الفسيح، لأنّه في وسط العاصفة والرّياح المعاكسة يأتي يسوع للقائنا، يسوع الذي قال: "ثِقوا. أَنا هو، لا تَخافوا!" (متّى 14، 27)". كَم مرّة عِشنا هذه الخِبرة؟ لِيُجِب كلّ واحدٍ على هذا السّؤال في داخله. وإن كنّا لم نعشها، فذلك لأنّ أمرًا ما حصل في الخطأ أثناء العاصفة.

وثانيًا: أن نسير معًا في العمل الرّعويّ، كلّنا معًا. في النّص، أوكل يسوع إلى بطرس مهمّة السّير في عرْض البحر، ثم تكلّم بصيغة الجمع وقال: "أَرسِلوا شِباكَكُم" (لوقا 5، 4). بطرس يقود السّفينة، والجميع في السّفينة، والجميع مدعوّون إلى أن يُرسلوا الشّباك. الجميع. وعندما اصطادوا كمية كبيرة من السّمك، فإنّهم لم يفكّروا أنّهم يستطيعون عمل ذلك وحدهم، ولم يعتبروا الهبة المعطاة لهم مِلكًا خاصًّا لهم، بل، كما يقول الإنجيل، "أَشاروا إِلى شُرَكائِهم في السَّفينَةِ الأُخرى أَن يَأتوا ويُعاوِنوهم" (لوقا 5، 7). فملأوا بالسّمك سفينتين. السّفينة الواحدة تعني العزلة، والانغلاق، والادّعاء بالاكتفاء الذاتي، أمّا السّفينتان فتعنيان العلاقة. الكنيسة سينوديّة، وشركة ووَحدة، وتعاون متبادل، ومسيرة مشتركة. وهذا هو هدف السّينودس الجاري، والذي سيَعقد اجتماعه الأوّل في تشرين الأوّل/أكتوبر القادم. على متن سفينة الكنيسة، يجب أن يكون مكان للجميع: فجميع المعمدين مدعوّون إلى الصّعود وإرسال الشّباك، وأن يلتزم كلّ واحد شخصيًا بإعلان الإنجيل. ولا تنسوا هذه الكلمة: الجميع، الجميع، الجميع. يُؤثّر فِيَّ كثيرًا عندما يجب أن أقول كيف نفتح وجهات النّظر الرّسوليّة، وذلك المقطع من الإنجيل الذي فيه لا يذهب النّاس إلى عُرس الابن وقد كان كلّ شيء جاهزًا. وماذا قال السّيّد، سيّد العُرس؟ ”اذهبوا إلى مفارق الطّرق واحضروا الجميع هنا، الجميع، الجميع: الأصحّاء، والمرضى، والصِّغار والكِبار، والصّالحين والخطأة. الجميع“. يجب ألّا تكون الكنيسة جمارك لتختار من يدخل ومن لا يدخل. الجميع مدعوّ إلى الدخول، كلّ واحدٍ مع حياته التي يحملها على كَتِفَيه، ومع خطاياه، وكما هو، أمام الله، وكما هو أمام الحياة... الجميع، الجميع. لا نضع الجمارك في الكنيسة. إنّه تحدٍ كبير، لا سيّما في المجالات التي يتعب فيها الكهنة والمكرّسون، لأنّ عددهم يقِلّ، بينما تزداد الاحتياجات الرّعويّة. ومع ذلك، يمكننا أن ننظر إلى هذا الوضع باعتباره فرصة لإشراك العلمانيّين باندفاع أخويّ وإبداع رعويّ سليم. صارت شباك التّلاميذ الأوائل، إذن، صورة للكنيسة، التي هي ”شبكة علاقات“ إنسانيّة وروحيّة ورعويّة. إن لم يوجد حوار ومسؤوليّة مشتركة ومشاركة، فالكنيسة تَهرَم. أودّ أن أقول ذلك على هذا النّحو: لا يمكن أن يكون أبدًا أسقف بدون كهنته وشعب الله؛ ولا يمكن أن يكون أبدًا كاهن بدون إخوته الكهنة. الجميع معًا - الكهنة والرّاهبات والرّهبان والمؤمنون العلمانيّون - كنيسة، لا بدون الآخرين، وبدون العالم. بدون روح دنيويّة، ولكن ليس بدون العالم. في الكنيسة نساعد بعضنا البعض، وندعم بعضنا البعض، ونحن مدعوّون لنشر جوّ الأخوّة البنّاءة في الخارج أيضًا. من ناحية أخرى، كتب القدّيس بطرس أنّنا الحجارة الحيّة المستخدمة لبناء بَيت رُوحِيّ (راجع 1بطرس 2، 5). أودّ أن أضيف: أنتم المؤمنين البرتغاليّين تكوِّنُون أيضًا calçada”، أنتم الأحجار الكريمة في هذه الأرض المرحّبة والمشرقة التي يجب أن يسير عليها الإنجيل: ولا يمكن أن ينقص فيها حجر واحد، وإلّا فذلك يظهر فورًا. هذه هي الكنيسة التي نحن مدعوّون لبنائها، بعون الله.

أخيرًا، الخيار الثّالث: أن نصير صياديّ بشر. لا تخافوا. هذا ليس بحثًا عن أتباع لنا، بل هو إعلان الإنجيل الذي يخاطبنا. في هذه الصّورة الجميلة ليسوع، أن نصير صيّادي بشر، أوكل إلى التّلاميذ رسالة السّير في عُرض البحر والعالم. في كثير من الأحيان، في الكتاب المقدّس، البحر يشير إلى مكان الشّر والقوى المعاكسة التي لا يستطيع الإنسان السّيطرة عليها. لذلك فإنّ صيد البشر وإخراجهم بعيدًا من الماء يعني مساعدتهم على الخروج من حيث غرقوا، وإنقاذهم من الشّر الذي يوشك أن يخنقهم، وإحياءهم من كلّ أشكال الموت. وهذا بدون بحث عن أتباع، بل بمحبّة. ومن العلامات التي تشير إلى أنّ بعض الحركات الكنسيّة تسير بشكل سيّء هو ممارستها في البحث عن أتباعٍ لها. عندما تبحث حركة كنسيّة أو أبرشيّة أو أسقف أو كاهن أو راهبة أو علمانيّ عن أتباع لها، فهذا ليس عملًا مسيحيًّا. العمل المسيحيّ هو في الدّعوة والاستقبال والمساعدة، ولكن بدون البحث عن أتباع. في الواقع، الإنجيل هو إعلان الحياة في بحر الموت، والحرّيّة في دوامات العبوديّة، والنّور في هاوية الظّلام. كما كتب القدّيس أمبروزيوس، "أدوات الصّيد الرّسوليّ هي مثل الشّباك: الشّباك لا تقتل ما تمسكه، بل تبقيه على قيد الحياة، وترفعه من الهاوية إلى النّور" (تفسير في انجيل لوقا، المجلد 4، 68-79). هناك ظلمات كثيرة في مجتمع اليوم، حتّى هنا في البرتغال، وفي كلّ مكان. إنّنا نشعر وكأنَّ الاندّفاع أخذ يغيب، وكذلك الجرأة على الحلم، والقوّة لمواجهة التّحديّات، والثّقة في المستقبل. فنحن نبحر في حالة من عدم اليقين، وعدم الاستقرار الاقتصاديّ خصوصًا، وفي فقر الصّداقة الاجتماعيّة، وانعدام الأمل. نحن، ككنيسة، أُوكلت إلينا مهمّة إلقاء أنفسنا في مياه هذا البحر وإرسال شباك الإنجيل، بدون أن نوجّه أصابع الاتّهام إلى أحد، بل نقترح على أناس عصرنا حياة، حياة يسوع. نهيّئ لقبول الإنجيل، وندعو إلى الحفلة، في مجتمع متعدّد الثّقافات؛ ونجعل الله الآب قريبًا في أوضاع يزداد فيها الاضطراب والفقر، خاصّة بين الشّباب، ونحمل حبّ المسيح حيث تكون العائلة متعثرة أو مجروحة، ونحمل فرح الرّوح حيث يسود الخذلان والاستسلام للقضاء والقدر. كتب أحد كتابكم: "للوصول إلى اللانهائي، وأعتقد أنّه يمكننا الوصول إليه، نحتاج إلى ميناء، واحد فقط، وآمن، ومن هناك يمكننا أن ننطلق نحو اللامحدود" (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). لنحلم بأن تكون كنيسة البرتغال هي ”الميناء الآمن“ لكلّ من يواجه عبور المحيط، والغرق، وعواصف الحياة!

أيّها الإخوة والأخوات الأعزّاء: أنتم جميعًا، العلمانيّون، والرّهبان والرّاهبات، والكهنة، والأساقفة، جميعًا، جميعًا، لا تخافوا، أرسلوا الشِّبَاك. لا تعيشوا وأنتم تلقون الاتّهامات وتقولون: ”هذه خطيئة، وهذه ليست خطيئة“. لِيأتِ الجميع، ثمّ لنتكلّم، لكن أن يسمعوا أوّلًا دعوة يسوع ثمّ تأتي التّوبة، ومن بعدها يأتي قُرب يسوع. من فضلكم، لا تجعلوا الكنيسة تصير جمارك: هنا يدخل الصّالحون، والذين هُم على ما يرام، والذين تزوّجوا جيّدًا، وهناك في الخارج كلّ الآخرين. لا. الكنيسة ليست كذلك. الصّالحون والخطأة، الأخيار والأشرار، الجميع، الجميع، الجميع. وبعد ذلك، سيساعدنا الرّبّ يسوع في حلّ المسألة. ولكن الجميع. أشكركم من كلّ قلبي، أيّها الأخوة والأخوات، على إصغائكم، وأشكركم على ما تعملونه، وعلى المثال الذي تقدّمونه، وخصوصًا المثال المخفي، وعلى مثابرتكم، وعلى قيامكم كلّ يوم لتبدأوا من جديد أو لتكملوا ما بدأتموه. وأوكلكم إلى سيّدتنا مريم العذراء، سيّدة فاطما، وإلى حراسة ملاك البرتغال وحماية قدّيسيكم الكبار، ولا سيّما هنا في لشبونة، القدّيس أنطونيوس، الرّسول الذي لا يكلّ، والواعظ المُلهَم، وتلميذ الإنجيل المتنبّه لشرور المجتمع والمليء بالشّفقة على الفقراء: ليشفع بكم القدّيس أنطونيوس ويمنحكم فرح صيد عجيب جديد. ومن فضلكم، لا تَنسَوا أن تصلّوا من أجلي. شكرًا!

[01185-AR.02] [Testo originale: Spagnolo]

[B0542-XX.02]